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Cristina Losada

Bendita incertidumbre

No es posible tener a la vez la certidumbre del bipartidismo y la variedad del multipartidismo. O blanco y negro o tecnicolor.

No hay aún negociaciones formales para la investidura de un presidente del Gobierno y la impaciencia ya se palpa en la prensa. La incertidumbre, ¡ay!, no da para más titulares que el de la incertidumbre y sus temores. Al respecto, pienso que es preferible estar en la incertidumbre sobre cuál ha de ser el nuevo Gobierno que en la certidumbre de que será un Gobierno desastroso. Pero entiendo bien la impaciencia de la prensa. Es muy pesado estar en la sala de espera.

Recuerdo como si fuera ayer -era 1977- el aburrimiento con que los redactores novicios de turno esperábamos en el edificio gubernamental de Castellana, 3 los resultados de unas reuniones entre sindicatos, patronal y Gobierno para el desarrollo de los Pactos de La Moncloa. Las sesiones empezaron el 25 de octubre, día en que los partidos firmaron los pactos, y a finales de noviembre aún seguían. No teníamos móviles, tablets ni ningún otro juguete. Como la mayoría éramos novatos, tampoco teníamos fuentes. Cuando parecía que ocurría algo, llamábamos a la redacción. Mi jefe se emocionaba discutiendo si titulábamos "acuerdo de principio" o "principio de acuerdo". Había una diferencia sutil y, sobre todo, no había nada más.

Aquello era, por supuesto, mucho menos trascendental que formar Gobierno, y mucho menos importante que los propios Pactos de La Moncloa. Ya puestos, no está de más reseñar que esos pactos tampoco se forjaron en dos tardes. Aunque así lo quiera la leyenda, los consensos de la Transición no se alcanzaron ni fácil ni rápidamente. La situación no es comparable, por más que algunos insistan en el "momento histórico" hasta privar a la expresión de significado. Pero demuestra que incluso en los instantes de gloria del pactismo hay que dar muchas vueltas para lograr acuerdos.

La idea de que ahora pueden llegar los partidos a pactos de investidura, de legislatura o de coalición en menos que canta un gallo no es realista. Se oye con cierta frecuencia que los partidos deben dejar a un lado su propio interés para concertarse en pro de los intereses de los ciudadanos. Pero los partidos se llaman partidos por algo: su visión del interés general es distinta. Podrán explorar acuerdos, deben hacerlo, aquellos que tengan más coincidencias. Lo que no se puede pretender es que haya muchos partidos con menús muy diferentes y que todos se unan después.

No es posible tener a la vez la certidumbre del bipartidismo y la variedad del multipartidismo. O blanco y negro o tecnicolor. Hará falta tiempo para que fragüe algún acuerdo y se despeje, para bien o para mal, la incógnita. Con suerte, nos vamos a aburrir. Salvo que haya partidos determinantes que prefieran jugársela a unas nuevas elecciones. Mucho me temo que será como jugar a la ruleta. Si al 20-D se llegó con un alto grado de incertidumbre, a la nueva convocatoria electoral se llegará con la misma incertidumbre o más. Mejor sería dejar los juegos adolescentes –para eso ya están los aficionados a Juego de Tronos– y jugar al de adultos, que consiste básicamente en ver quién se abstiene, el PSOE o el PP, y a cambio de qué.

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