¿Galicia, sitio distinto? Qué va. En la resaca del Prestige nos vamos aproximando a otros lugares, no precisamente modélicos en lo que a convivencia se refiere. Mario Onaindía dice en su prólogo al “Vocabulario democrático del lenguaje político vasco”, publicado por Ciudadanía y Libertad, que en el País Vasco impera una política “que tiene las características que se le atribuyen a la borrachera: cánticos regionales, exaltación de la amistad y negación de la evidencia”. Pues salvando las distancias –la primera, la del terror– y con los matices que se quiera, la ingeniosa descripción de Onaindía le encaja perfectamente al discurso y al estilo de la plataforma "Nunca máis", que bien podía llamarse Para Siempre en vista de su interminable rosario de protestas: cuanto más se aleja la sombra del petrolero, más recurre a la propaganda para mantenerla encima.
Los gaiteros y los cánticos no han faltado en sus manifestaciones, éstas han servido para reafirmar los lazos de “la tribu”, exaltada por la creencia en que lidera el despertar de un pueblo dormido –léase votante del PP– y siempre que han podido han negado la evidencia. No sólo en cuanto al alcance y efectos de la catástrofe, sino también respecto a la realidad gallega, de la que tienen una visión obsoleta y reaccionaria. Pues los culturetas de Nunca máis y sus inspiradores han querido ver siempre una Galicia negra y con el Prestige han podido repintarla del fúnebre color y vender el cuadro mejor que otras veces.
Su penúltima boutade ha consistido en una manifestación en La Coruña bajo el lema “Salvemos el mar o sólo nos queda la maleta”, a la que llevaron maletas para significar que el triste destino de la emigración espera de nuevo a los gallegos si no se arregla –y ellos dicen que no– el desaguisado que causó el Prestige. Esto cuando la marea negra empieza a ser historia, las playas afectadas van mejorando mucho, las llegadas de fuel son de poca monta, el marisqueo ha podido reanudarse en parte del litoral, el mercado acoge bien los productos, los afectados han cobrado ayudas y la lluvia de millones está al caer para infraestructuras y otros menesteres.
El panorama no es de color rosa, pero negar como niegan todas estas evidencias pone en entredicho o la capacidad intelectual o la moral de los amigos de la negra sombra. Y salir con lo de la maleta es todo un símbolo de sus carencias en ambas. Galicia no es la tierra de labradores y pescadores sobre la que ellos hacen poesías, novelas o series de televisión, Galicia no vive de la pesca, aunque lo sigan diciendo los zoquetes de TVE, y ya hace mucho que no es la tierra de las maletas de cartón de los paisanos que iban a hacer las Américas ni de los que luego fueron a Suiza o Alemania. El número de gallegos que emigró al extranjero en el año 2001 fue de uno. ¡Uno! Y en los últimos años, el número de personas que ha venido a Galicia ha superado al de las que se han marchado, las cuales no se han ido a las quimbambas, sino a otras regiones españolas.
Los señorones de la cultura no quieren enterarse de que el golpe al sector pesquero y marisquero afectado por el Prestige no es letal de necesidad para la economía gallega, aunque por si acaso hacen la peor publicidad posible para el turismo. Y prefieren ignorar que la emigración ya no es la huida de la miseria de antaño, sino que responde a las mismas pautas que las de cualquier otra sociedad moderna, en la cual uno se va adonde piensa que va a ganar más o adonde le da la gana.
Toda esa realidad es mala para la cosmovisión que ellos comparten con el nacionalismo. Su deseo es crear un universo cerrado, un país que se desarrolle de modo “endógeno”, como dice Beiras, protegido de malsanas influencias exteriores. El emigrante es un tipo a compadecer porque tiene que abandonar el útero materno galaico. Pero también puede convertirse en un traidor si retorna desgalleguizado, no digamos si lo hace españolizado. No extraña que una de sus críticas a la LOU, secundada por el establishmen universitario, fuera que permitía la movilidad. Esto para el mundo académico y de la cultura es un golpe terrible: aumenta la competencia, elimina el monopolio que ejercen en sus dominios. Y que lo ejercen con el apoyo contante y sonante de los gobiernos del PP, que pagan o subvencionan a los que le muerden la mano. Lo cual nos daría lo mismo si no usaran el dinero de todos para crear esa cultura de invernadero.
No acaba ahí la historia de la maleta. La emigración es ingrediente esencial en la coctelera de mitos que maneja el nacionalismo: apuntala la imagen del pueblo gallego como víctima, fundamenta la idea de un genocidio simbólico, obra de los siempre malvados poderes centrales. ¿Delirio? ¿Cogorza? ¿Cebollón? Intereses también: los de Nunca máis viven mejor en una cultura gallega endógena y endogámica que en cualquier otra. Curioso que pese a condenar el último atentado de ETA en la mani coruñesa, no recordaran, maleta en mano como estaban, a todos los que han tenido que hacerla para huir del terror que vive al abrigo del nacionalismo en el País Vasco. Claro que no iban a desairar a quienes acaban de distinguirles con el premio Sabino Arana. En esa tesitura, los ebrios se serenan volando.
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