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Cristina Losada

¿Carne o carnaza?

Más allá de Podemos hay vida, y hay posibilidades de negociar. El asunto, naturalmente, es qué.

Con el mapa parlamentario que surgió de las elecciones, España no es ingobernable. No necesariamente. Puede salir de ahí un gobierno aceptable, regular o espantoso, y un gobierno más o menos inestable, pero gobierno puede haber. Todo ello dependerá de cómo se comporten los cuatro partidos que han obtenido mayor representación. De cuáles sean sus prioridades. La formación de un gobierno sólo será inviable si los partidos que reúnan una mayoría decisiva tienen como prioridad provocar una nueva convocatoria electoral, en la expectativa de ganar más votos y escaños.

Las posibilidades no son infinitas, pero hay algunas. Desde un gobierno de gran coalición, incluso de súper gran coalición, hasta un gobierno en minoría, sea de un partido o de dos. Las primeras opciones cuentan estos días con defensores convincentes, y son las que ofrecerían mayor estabilidad. Pero tienen, en nuestras circunstancias, un inconveniente no desdeñable: dejarían el grueso de la oposición, cuando no su monopolio, en manos de un partido rupturista como Podemos, cuyo mensaje populista y su oportunismo (aún mayor que el de otros) se ha demostrado tremendamente eficaz. Y no hay en el horizonte una potente recuperación de la economía y del empleo que pueda favorecer a ese gobierno de gran o súper gran coalición. Ni a ningún otro, claro.

Lo esencial, sin embargo, no es, no debería ser, a qué partido perjudica o beneficia tal o cual combinación. Ya harán los partidos ese cálculo. La cuestión es que será necesario negociar y llegar a acuerdos y es en la voluntad de llegar a acuerdos y en la materia de los acuerdos donde hay que poner el foco. Sí, todos podrán decir, de hecho lo dicen, que están por el diálogo y el pacto, pero si ponen condiciones inasumibles, si exacerban el maximalismo, es que no lo están. Prefieren permanecer en la frontal oposición a lograr contrapartidas.

Así, cuando Podemos condiciona cualquier entendimiento, en concreto con el PSOE, a que acepte un referéndum de autodeterminación en Cataluña, está haciendo una oferta que sabe que Sánchez tendrá que rechazar. Aunque lo más notable de la exigencia de Iglesias es que ha dejado al descubierto que su agenda social, supuestamente a favor de los perdedores de la crisis, le importa un pimiento. Le importa mucho menos que los votos: los que han conseguido aliados con nacionalistas radicales y con los que reclaman un referéndum en Cataluña (los de Colau) o son abiertamente separatistas (la CUP pidió el voto para ellos). Tampoco hay que llamarse a sorpresa. Se trata de un partido que ante todo quiere conquistar el poder, y antes de nada quiere sobrepasar al PSOE. Ha estado a punto.

Más allá de Podemos hay vida, y hay posibilidades de negociar. El asunto, naturalmente, es qué. ¿Qué demandas harán los partidos para participar en un gobierno, darle apoyo o simplemente permitir su investidura? La tentación, en un escenario de gran competencia entre los partidos, será poner condiciones espectaculares en lugar de proponer reformas pequeñas, necesarias y posibles. Será plantear exigencias que den la sensación de cambios históricos, aunque su efecto sólo sea eso: pura sensación. Mediten los partidos si desean introducir reformas modestas y correctoras o apuntarse tantos retóricos. Tendrán que decidir, en fin, si quieren dar carne o carnaza.

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