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Cristina Losada

Catastrofismo asimétrico

. Son ventajas de la marca “izquierda”. Tiene bula y, a lo sumo, basta darle un tironcillo de orejas para salvar el honor. La prensa se ha avenido a negociar un acuerdo con el gobierno

Primero dijo lo contrario, pero a la segunda acertó Maragall: los hundimientos del Prestige y del barrio del Carmelo son muy distintos. Y tanto. Todo es distinto cuando uno ocupa el poder. Todo vuelve a su sitio: los accidentes son accidentes, y no son culpa del gobierno, sino vaya usted a saber; hay que estudiar cada caso, cuando llegue el momento. Y el control de la información no es censura, sino una civilizada forma de organizar el cotarro para evitar que peligren los informadores y la intimidad de los afectados. Un ejercicio de responsabilidad que materializa una promesa de Zapatero: una legislación que obligue a los gobernantes a ofrecer una información veraz.
 
Lo prometió en Vigo, pero no este domingo, que dedicó a convencer al electorado de las bondades del “cambio” y la maldad de la derecha reaccionaria, sino en diciembre de 2002, fresco el chapapote y lejanas las mieles del poder. Dijo entonces, en el Club Faro de Vigo, que la catástrofe del Prestige será recordada y analizada en las facultades de Ciencias de la Información como una falta en el ejercicio del derecho a la información. Lo que ha intentado hacer la Generalidad no es nada de eso. Por ello, Rodríguez no ha levantado la voz y las críticas exudan comprensión. Son ventajas de la marca “izquierda”. Tiene bula y, a lo sumo, basta darle un tironcillo de orejas para salvar el honor. La prensa se ha avenido a negociar un acuerdo con el gobierno. Inimaginable tal condescendencia y sentido de la responsabilidad en los días de la marea negra.
 
Nadie se preocupó, entonces, por la intimidad de los afectados. Tampoco por la seguridad. Ni por los efectos de afirmar que el pescado y el marisco portarían agentes cancerígenos. Ni de anunciar nuevas y peores mareas negras, que no llegaron. Ni de decir que las Cíes tardarían diez años en recuperarse. Y los fondos marinos, nunca. Ni de asegurar que el pescado había desaparecido. O que el casco hundido reventaría. O que no se había contado con los científicos. O que Portugal y Francia ofrecían la información que España negaba. Eran los tiempos en que para hacer los telediarios y las fotos se buscaba la playa más negra. Ahora, todo es distinto.
 
Por eso, Rodríguez, que acusaba al gobierno de no haberse reunido con marineros, voluntarios, presidentes de las cofradías y alcaldes, fue a Barcelona y se entrevistó con un puñado de personas, de las que sólo dos eran afectados. Aquella acusación era infundada, pero la lanzó. Como lanzó también que se quería comprar a los gallegos con presupuestos. Que no es lo mismo que prestarles ayuda económica a los del Carmelo, aunque lo parezca.
 
Engañan las apariencias. En realidad, todo es distinto. Porque la catástrofe ecológica resulta más vistosa que mil personas sin casa y sin pertenencias. Una plataforma liderada por un escritor, mucho más mediática. La movilización de estudiantes y urbanitas, más interesante que la de los afectados. Y culpar a un gobierno de la derecha tiene más tirón que investigar las negligencias y la corrupción en unas obras de uno de izquierdas. Y sale gratis. Tiene razón Maragall. Él y ZP han inaugurado una nueva era. Una en la que no se magnifica el desastre ni se atiza el linchamiento. Una sin telediarios desde los escombros ni primeras páginas. Una en la que no hay plataformas agresivas, sino dosis de suave cloroformo. Se aplica el catastrofismo asimétrico.

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