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Cristina Losada

Cerca(s) de ser catalán

Cercas, que después de haber seguido todas las instrucciones, de haber cumplido fielmente su parte del contrato con Pujol, se siente traicionado y se queja de que no le consideren catalán. Ya ves tú.

Cercas, que después de haber seguido todas las instrucciones, de haber cumplido fielmente su parte del contrato con Pujol, se siente traicionado y se queja de que no le consideren catalán. Ya ves tú.
El escritor Javier Cercas | Cordon Press

Un artículo de Javier Cercas, muy celebrado este fin de semana, me ha hecho reflexionar. Generalmente no le leo, por lo contrario. Pero esa pieza, llamada "La gran traición", me ha llevado a pensar en la suerte que he tenido. La suerte de que mis abuelos y mi padre emigraran a la Argentina y no a Cataluña. La suerte de que, a la hora de estudiar, yo fuera a Madrid y no a Barcelona. Aunque soy muy de hacer la experiencia, no puedo más que alegrarme de las que me ha ahorrado gracias a los azares que me mantuvieron a salvo del agobio nacionalista.

Decía Cercas: "El pacto central de la Cataluña democrática lo formuló así su patriarca, Jordi Pujol: 'Es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña'. Cientos de miles de emigrantes arribados de toda España en la posguerra, gente muy humilde en su mayoría, se lo creyeron; mis padres también se lo creyeron y criaron a sus hijos en consecuencia". La idea de que alguien se ponga a definir qué es ser catalán en plan sumo pontífice y que ese alguien sea Pujol ya resulta fastidiosa. Pero que tal cosa se asuma como un dogma de la iglesia y se eleve a "pacto central de la Cataluña democrática" sorprende por lo ridículo.

Cierto, para Pujol y sus sucesores, igual que para sus predecesores, ser catalán es un mérito extraordinario que hay que ganarse, y en los tiempos de aquella fórmula viciada (que Cercas da incompleta) el patriarca lo ponía casi al alcance de cualquiera, barato, barato. Traducido: hasta ustedes, españoles cutres como son por ser españoles, pueden acceder a este status superior y maravilloso. Porque nada de esto se entiende sin la correlación. No tendría que conceder Pujol –¿pero quién es Pujol?– la condición de catalán a nadie, si no quisiera quitarle la condición de español.

Después describe el autor las obligaciones del contrato que, según él, aceptaron de buen grado los humildes. Tras confesar que su madre no ha llegado a hablar catalán, dice que él y sus hermanas no son como ella: "Nosotros no sólo vivimos y trabajamos en Cataluña, sino que adoptamos las costumbres catalanas, nos sumergimos en la cultura catalana, aprendimos catalán hasta volvernos bilingües, nos casamos con catalanes de pura cepa, educamos a nuestros hijos en catalán e incluso contribuimos con nuestro granito de arena a difundir la cultura catalana". De haber hecho todo eso libremente, porque les daba la gana, me parecería bien, pero, según lo cuenta, es que lo hicieron para "ser catalanes", para cumplir su parte del contrato con Pujol, para que dijeran (los nacionalistas) que eran catalanes. Qué cosas hace la gente. Total, para nada.

De ese párrafo me ha intrigado lo de que "adoptamos las costumbres catalanas". Por hacerme una idea, he pensado qué costumbres adopté yo de Madrid, cuando me fui allí a vivir, y he dado con pocas. Me acostumbré a dejar propina en los bares, cosa que en Galicia no se hacía ni se hace, y a usar el pretérito perfecto en lugar del indefinido para todo. Son las más relevantes. Al llegar –eran los años 70–, observé con asombro que en las cafeterías, a la hora del desayuno, la gente tomaba las tostadas con cuchillo y tenedor, y en seco. A ese proceder aséptico, casi quirúrgico, nunca me acostumbré. Pero, a ver, ¿hay en Cataluña costumbres tan únicas, tan exóticas, tan singulares, que justifiquen que unos señores de otro lugar de España se sientan impelidos a decir que las han adoptado? Y ¿serán las mismas en Barcelona que en Gerona, por poner? Todo esto de adoptar las costumbres suena como si un europeo fuera a vivir con los tuareg.

Seguir hablando de la inmigración de los años 60 a Cataluña –de los 60, no de la posguerra, señor Cercas– como si los que allí fueron y sus descendientes tuvieran una deuda pendiente con la catalanidad, ya vale, ¿no? Dar por sentado que aquellas personas debían hacer un esfuerzo extra para "integrarse", implicando que se integraban en una forma de vida superior –la de los catalanes, definida por el nacionalismo–, apesta a supremacismo. En realidad, la única adaptación que tenían que hacer era a la forma de vida urbana. Porque lo que se produjo en España, singularmente entre 1961 y 1970, fue un éxodo rural altísimo. De la España meridional e interior y de Galicia, la gente fue a Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza y el País Vasco, en busca de oportunidades que ya no existían en sus lugares de origen.

Basta trasladar a Madrid todo el discursito de la inmigración que se trae, desde siempre, el nacionalismo catalán para poner los pies en la tierra, bien lejos de la mística de la raza, que es lo que hay en el fondo. Nadie se ha referido a los cientos de miles de españoles que fueron allí en la época de las migraciones interiores como "inmigrantes". Nadie hizo de ello un problema. Nadie se dedicó obsesivamente a estudiar los efectos que tendría aquel injerto en "el árbol". A nadie le inquietó que aquel flujo de nueva población dejara en minoría a los auténticos madrileños. Nadie los llamó "ejército de ocupación". Cierto, no se hablaba otra lengua, pero las lenguas se aprenden por utilidad, sin más historias, sin mística ni mistificación.

Va de suyo, y sería impensable, pero ningún pope del madrileñismo anunció que los que llegaban podían ser madrileños si vivían y trabajaban allí, y lo querían ser. Dicho entre paréntesis: ¿para qué va uno a querer ser madrileño pudiendo vivir en Madrid siendo lo que uno quiera? Porque en Madrid eso es natural, mientras que en Cataluña, bajo el yugo nacionalista, deviene una excéntrica heroicidad. Pero tan inoculado está el marco mental nacionalista, que hasta los que creen que no lo portan lo llevan dentro. Así, Cercas, que después de haber seguido todas las instrucciones, de haber cumplido fielmente su parte del contrato con Pujol, se siente traicionado y se queja de que no le consideren catalán. Ya ves tú.

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