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Cristina Losada

Claro que os dan lecciones, Colau

Estáis en el terreno de los nacionalistas y en su campo, un campo donde ellos son los maestros y vosotros, aprendices. Su mano de obra.

Estáis en el terreno de los nacionalistas y en su campo, un campo donde ellos son los maestros y vosotros, aprendices. Su mano de obra.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau | EFE

No conozco a nadie, de entre los que hicieron su aprendizaje político en la izquierda durante los últimos años de la dictadura, que tenga un ápice de simpatía por el nacionalismo. Es verdad que he perdido la pista de muchos de los de entonces. O que van quedando menos. Pero esa es mi experiencia personal. Quienes estuvieron en aquella época en una izquierda más o menos ortodoxa no fueron ni son nacionalistas. Fueron y son antinacionalistas. Es más, despreciaban, y desprecian, el nacionalismo como una suerte de infraideología. Nunca vanguardia de nada, sino retroceso.

Tal vez por ese motivo todavía me produce extrañeza la facilidad, y la docilidad, con que la izquierda de las últimas décadas se ha inclinado ante el nacionalismo, ha ido de la mano con él, ha adoptado parte de sus dogmas y le ha mostrado, en toda circunstancia, grandísimo respeto. Eso es así no con todo nacionalismo, sino con el nacionalismo antiespañol, y parece una actitud derivada de los problemas irresueltos que arrastra la izquierda española en relación con España. Pero si alguno de los nacionalismos disgregadores ha logrado hechizar a la izquierda es el catalán. Iba a conseguir, con mayor unanimidad izquierdista que otros, la preciada etiqueta de progresista. Un salvoconducto.

Siempre se recuerda que hubo una alianza circunstancial entre la izquierda y los nacionalismos periféricos en la oposición a la dictadura. O que hubo entonces, por parte de la izquierda, una defensa de la autodeterminación de "los pueblos de España". Esto llegó a plasmarse en una de las primeras resoluciones del nuevo PSOE que salió de Suresnes, aunque hay que precisar que la defensa de la autodeterminación no significaba que se defendiera el nacionalismo ni que se fuera nacionalista. Bien. Todo eso, se supone, está en la base de la confluencia y la afinidad. Puede. No digo que no. Pero ha pasado mucho tiempo. Y durante ese tiempo se ha visto al nacionalismo en acción y en el poder. Se ha visto qué es y cómo es el nacionalismo. Especialmente el catalán.

El otro día, Arcadi Espada dijo que solo quedaba un izquierdista antinacionalista vivo en España, y lo nombró: Félix Ovejero. Es posible. No obstante, hay que preguntarse cuántos se han distanciado de la izquierda por su acercamiento al nacionalismo. Cuántos dejaron la izquierda al ver que sus partidos y líderes se inclinaban ante un nacionalismo que representa el egoísmo de las regiones más ricas, que no oculta su rechazo a contribuir al desarrollo de las más pobres. Al ver cómo sus líderes y partidos mantenían un enorme respeto por un nacionalismo que deja al descubierto sus raíces etnicistas, que no consigue esconder una creencia en la superioridad propia y en la inferioridad ajena.

Hace cuarenta años aún era posible engañarse sobre la naturaleza del nacionalismo catalán. Después, fue difícil. Hoy, de ninguna manera. Y ahora, al cabo de tanta experiencia acumulada, llegan los novatos de la izquierda a firmar el contrato de vasallaje con lo peor del nacionalismo. Estoy pensando en Iglesias, que se decía emocionado en la Diada al recordar a "los barceloneses que lucharon en 1714". Bueno, ahí queda eso: le emocionan los partidarios del archiduque Carlos. Lo suyo, no hay duda, es Juego de Tronos. Estoy pensando en Colau, que prometió que hará lo posible para que se pueda votar en un referéndum (ilegal) que, según sus propias palabras, deja "fuera y atrás" a la mitad de los catalanes. Pues poco le importan.

Luego, Colau y compañía se revuelven diciendo que no quieren que les den lecciones los "señoritos de Convergencia". ¿Cómo no os van a dar lecciones? Ellos son los que dirigen la operación a la que os sumáis. Son los autores de los planes a los que os sometéis, vosotros, que tanto habláis de desobediencia. Corderitos. Estáis en su terreno y en su campo, un campo donde ellos son los maestros y vosotros, aprendices. Su mano de obra.

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