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Cristina Losada

Cómo ser una sombra

Las ventajas de la crítica se sacrifican a la eficacia inmediata, lo que redunda en favor de la camarilla dirigente, que así se blinda. Se configura un círculo vicioso que debería romper la democracia interna. Pura utopía mientras la externa no funcione.

Desear que un partido sea monolítico, como un solo hombre, como un ejército, equivale a desear que no evolucione nunca ni rectifique jamás sus errores. Sólo las sectas presentan tan peligrosa uniformidad. Por ello, no habría que lamentar, sino que celebrar y dar la bienvenida a un debate político entre distintas corrientes en el Partido Popular. Siempre, claro, que se hubiera producido. Pero ni lo hubo en el famoso Congreso de Valencia, que suscribió una falsa unanimidad, ni lo ha habido a propósito del culebrón que se estrenó con Gürtel, desconcertó con Ric y sobrecogió con la exhibición de bilis de Cobo.

Frente a la deseable discusión política interna, se levanta la triste realidad. Los grandes partidos son maquinarias para alcanzar y mantener el poder. Condición para escalar tal cumbre es, por lo visto, mantener prietas las filas. Se necesita autoridad. Se castiga la disidencia. La célebre amenaza de Alfonso Guerra, "el que se mueva no sale en la foto", es la expresión española de ese modelo de partido regido manu militari. Las ventajas que reporta la crítica se sacrifican a la eficacia inmediata, lo que redunda en favor de la camarilla dirigente, que así se blinda. Se configura un círculo vicioso que debería romper la democracia interna. Pura utopía mientras la externa no funcione. Y con un sistema electoral como el vigente, las oligarquías partidarias no corren riesgos.

La percepción de la conflictividad interna del PP que se ha impuesto no vislumbra más que la clásica guerra de clanes o el "quítate tú para ponerme yo". Los protagonistas, desde luego, no han dado señales de motivaciones que se eleven por encima del subsuelo. Pero la raíz de las desavenencias se encuentra, como siempre, en la derrota. De la de 2008, Rajoy extrajo una lección que pone en duda cuanto se dice sobre lo mucho que se aprende del fracaso. No es que antes su partido se dedicara a disputar la hegemonía cultural de que han gozado, a falta de contestación, quienes viven del prestigio de la marca "izquierda". Pero de tanto rebajar el perfil para evitar que se soliviante el adversario, ha terminado por perderlo. La única alternativa que ofrece es una gestión económica más solvente. En fin. A juzgar por el último cónclave de dirigentes, el PP está decidido a convertirse en una sombra. Eso sí, disciplinada.

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