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Cristina Losada

Con premeditación y alevosía

Decir que una banda terrorista que se dedica a matar comete crímenes no premeditados es más que un disparate. Suelta un tufo exculpatorio.

Hace unos días, el dirigente socialista Álvaro Cuesta, además de calificar de repugnante, lenguaraz, impostor, extremista y otras lindezas al presidente de la asociación mayoritaria de las víctimas del terrorismo, decía que Alcaraz convocaba manifestaciones en la época de menos víctimas de la banda criminal. Fue decirlo y a las cuarenta ocho horas ETA asesinaba a un guardia civil y dejaba a otro en estado de muerte cerebral. Esa imprudencia declarativa es recurrente en el socialismo gobernante. Como exponente máximo han quedado las palabras de ZP la víspera del atentado de Barajas. Los insultos de Cuesta a la AVT le han costado un abucheo que sus adeptos atribuyen a ultraderechistas. Porque una cosa es que haya que hacer el paripé de la unidad para la derrota de ETA y otra distinta renunciar a la campaña de descrédito de las víctimas desafectas. La cúpula del PSOE se va a poner detrás de una pancarta idéntica a la que tantas veces ha sujetado la AVT y ha congregado a ciudadanos partidarios de una política de firmeza contra la banda. Pero de su nula intención de implementarla hablan los hechos y los figuras. Así, Bermejo ya ha anunciado que se limitará a seguir apuntando los atentados y asesinatos que no condenen los apéndices de ETA incrustados en las instituciones, pues todavía "no tenemos bastante". Se desconoce cuántas víctimas más le harán falta.

La historia, con su tendencia a repetirse, nos ha dado esta vez, como tras los asesinatos de Estacio y Palate, una versión oficial del atentado como "accidente". Según Rubalcaba, no sólo fue fortuito el encuentro entre los guardias civiles y sus asesinos, sino también el asesinato, toda vez que no se trató, dijo, de un acto premeditado. Decir que una banda terrorista que se dedica a matar comete crímenes no premeditados es más que un disparate. Suelta un tufo exculpatorio. Y permite alimentar "la esperanza" de que los cabecillas de ETA, en realidad, no quieren hacer tanto daño. Hay quien ha escrito que el atentado en Capbreton ha suscitado preocupación entre los capos terroristas. No me pregunten cómo lo sabe. Sólo sabemos que eso es lo que el Gobierno desea hacer creer. Sigue tratando de mantener activos los rescoldos de la premisa sobre la que fundó el "proceso". El lenguaje de eufemismos, engaños y tergiversaciones delata la persistencia de ese proyecto político. El escenario ha bajado al sótano, pero allí continúa para volver a emerger cuando reaparezcan "las condiciones adecuadas", como figura en la resolución del Congreso que se niega a revocar la mayoría socialista-nacionalista.

Tan premeditada como esa versión de Rubalcaba calificando de fortuito, y por tanto, accidental, el asesinato de Raúl Centeno y el intento de asesinato de Fernando Trapero, resulta la estrategia del Gobierno para aparecer ahora –las urnas obligan– como adalid de la lucha contra ETA. Se escenifica, a iniciativa suya, la sagrada unidad, pero con más trampa que nunca: con los que están por la negociación y por pagar íntegro el precio político. La unidad no es el talismán de poderes mágicos que surte efecto simplemente por declararse. Hoy, mañana, sólo será una fachada Potemkin para tapar las vergüenzas y para incurrir en otras. Ya se está utilizando para lanzar nuevamente a la jauría contra las víctimas contrarias a la negociación, que han declinado sumarse a la farsa. Se masca un bis del "incidente Bono". La prueba de que Z no renuncia a su "diálogo" es que continúa necesitando la destrucción civil de sus oponentes. A por ellos han ido y van con premeditación y alevosía.

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