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Cristina Losada

¿Con quién se ha reunido Sánchez?

Sánchez se ha reunido, por usar sus propios términos, con la xenofobia del independentismo catalán, y lo ha hecho con plena cordialidad y sin mascarilla.

Sánchez se ha reunido, por usar sus propios términos, con la xenofobia del independentismo catalán, y lo ha hecho con plena cordialidad y sin mascarilla.
EFE

El presidente del Gobierno se ha reunido con el presidente autonómico catalán. Está en las noticias. Hay imágenes, aunque algunas de ellas más le valía que no se hubieran visto. Sin embargo, la duda está ahí, como el célebre elefante en la habitación. ¿Con quién se ha reunido el presidente Sánchez? No es que Quim Torra tenga una personalidad múltiple; eso ya podemos decir con seguridad que no. Su persona política es monolítica y monótonamente separatista, sólo y nada más que eso. Pero hay elementos formales a tener en cuenta cuando un presidente del Gobierno acepta a un interlocutor. Y si se consideran, resulta que Sánchez se ha reunido, en primer lugar, con un condenado por desobediencia. Por sentencia del TSJC del pasado diciembre.

Sánchez se ha reunido, además, con un cargo público inhabilitado. Porque la sentencia le condenó a pena de inhabilitación. Y como el suyo fue un delito contra la Administración Pública, su inhabilitación se ha activado, digamos, antes de que la sentencia sea firme, en cumplimiento de la ley orgánica del régimen electoral. Sánchez se ha reunido, por tanto, con alguien al que se le ha retirado su acta de diputado en el Parlamento catalán por haber cometido un delito de desobediencia contra la Administración. No es buena carta de presentación. Menos aún cuando la propuesta que llevaba el presidente del Gobierno incluía un capítulo sobre "regeneración democrática".

Sánchez se ha reunido con un presidente autonómico condenado por desobediencia, inhabilitado como diputado y posiblemente inhabilitado también para ser presidente autonómico. Este asunto no está aún resuelto. Pero como el propio estatuto de autonomía catalán requiere que el presidente sea diputado, hay fundamentos para exigir que deje de ser presidente. Reunirse con un potencial presidente inhabilitado no es precisamente modélico. Aunque no preocupe mucho en Moncloa por aquello de desjudicializar la política, que consiste en hacer caso omiso de las decisiones y sentencias judiciales que afecten a los políticos. A ciertos políticos. Otro de los bellos efectos de la desjudicialización es que la ley no sea igual para todos.

Sánchez se ha reunido, al mismo tiempo, con el Le Pen español, y esta es la parte desjudicializada del asunto que más debería interesar al propio Sánchez, porque fue él mismo quien trazó de esa manera el perfil político de su interlocutor de este jueves. Lo hizo el 18 de mayo de 2018. Como quien dice, anteayer. Y lo hizo con cierta elaboración. Dijo, por ejemplo: "Los tuits, las declaraciones y reflexiones del señor Torra han escandalizado a la opinión pública europea. Está convulsionada tras conocer que la xenofobia se ha hecho cargo y ha tomado las riendas del independentismo en Cataluña". Sánchez se ha reunido, por usar sus propios términos, con la xenofobia del independentismo catalán, y lo ha hecho con plena cordialidad y sin mascarilla. Ahora tendrá que llamar a los socialdemócratas europeos que le habían transmitido su conmoción por la entronización de la xenofobia independentista y explicarles que no era para tanto, que Torra no es Le Pen en absoluto, y que en la distancia corta gana mucho. Y la distancia corta es la que permite llegar más fácilmente a la presidencia del Gobierno. Dicho de otro modo, la que determinan los votos de la Esquerra.

Con todas estas personas se ha reunido Sánchez: el condenado por desobediencia, el inhabilitado como diputado, el que puede ser inhabilitado como presidente, el Le Pen de la política española y el designado por el prófugo Puigdemont para ocupar la presidencia catalana. Se ha reunido con ese elenco poco recomendable para dar legitimidad a las pretensiones separatistas de desbordar el marco constitucional y estatutario, establecer que existe un conflicto político entre "Cataluña y España" y asumir que Cataluña es lo que el separatismo dice que es. Todo ello en el nombre de la esperanza.

"He venido a hablar de esperanza", dijo el presidente del Gobierno. Fue lo más concreto que se le oyó. No se ha oído que pusiera ninguna condición, no se ha visto nada de toma y daca. Todo han sido síes, con ese de sumisión: vasallaje gráficamente representado por su jefe de gabinete al inclinar la cabeza ante la xenofobia que lleva las riendas de la Generalidad. Parafraseando al doctor Johnson, lo de Sánchez quiere ser el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Eso, en política, nunca sale bien.

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