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Cristina Losada

Cuando éramos uno más

Cada día, el feminismo realmente existente –y no conocemos otro– sorprende con una nueva reclamación para instaurar la desigualdad donde no la había.

Cada día, el feminismo realmente existente –y no conocemos otro– sorprende con una nueva reclamación para instaurar la desigualdad donde no la había.
La ministra de Igualdad, Irene Montero | EFE

Cada día, el feminismo realmente existente –y no conocemos otro– sorprende con una nueva reclamación para instaurar la desigualdad donde no la había y fijarla legalmente. Ha vuelto a ocurrir o volverá a ocurrir ahora que han descubierto la regla y la han metido en política. Hay, dicen, un gran debate sobre una baja laboral por menstruación, y hay incluso división de opiniones en el propio Gobierno más feminista de la historia (¿o ese fue otro?). De un lado, quienes están a favor de la baja, del otro, quienes dicen que estigmatiza, lugar en el que se halla Calviño, la que no se retrata con hombres si no se llama a otra mujer para hacerle de carabina.

Los especialistas en bajas deberían hablar del asunto, porque sorprende que no sea posible pedir una cuando se tienen dolores incapacitantes sin necesidad de una legislación específica para cada una de las causas que pueden provocarlos. Pero mientras no hablan los que saben, hablan todos los demás y hablan con la locuacidad de los que encuentran un filón político novedoso y, sin saber nada, se ponen a explotarlo. Errejón, por ejemplo, ha puesto en Twitter que si las reglas las tuvieran los hombres ya estaría aprobada la baja laboral por menstruación hace mucho tiempo. Es una hipótesis altamente incomprobable. Lo único que se puede comprobar es el tiempo que ha tardado Errejón en ser consciente del problema que denuncia y en reclamar la supuesta solución. Lleva en la primera línea política desde 2014. Su primera propuesta conocida en ese sentido es de 2021.

El estigma es la clave. A fin de cuentas, estamos en otra de estas batallas culturales, y ahí lo importante es enfrentarse con estereotipos, convenciones y estigmas que, si no son gigantes, al menos serán molinos de viento, y cuando no existen se sacan del almacén de antigüedades y del baúl de tópicos que llevan siempre los predicadores de la santa izquierda. Pero la ortodoxia está dividida, como decíamos. Frente al estigma calviñista ha aparecido el estigma de Díaz, que postula que aquello que verdaderamente estigmatiza no es legislar la diferencia, sino carecer de sensibilidad. Porque hay que comprender, dice, "que somos diferentes las mujeres y los hombres y que el mundo laboral no es neutro". Femenino, masculino y neutro. Esto es como declinar. Pero esto es para legislar, de modo que, según Díaz, "hay que tener una política laboral de género con las singularidades que debemos tener". ¿Cómo cantarán ahora el estribillo que dice "el género humano es la Internacional"?

El feminismo realmente existente lucha cada día contra la igualdad y nos hace sentir nostalgia por aquellos días en que las mujeres éramos –y nos sentíamos– simplemente uno más.

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