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Cristina Losada

De racistas a eurófobos, o por qué el populismo

El populismo y el nacionalismo excluyente pasean hoy juntos y revueltos por toda Europa.

El populismo y el nacionalismo excluyente pasean hoy juntos y revueltos por toda Europa.

Hace más de veinte años, Jean-François Revel observaba que la izquierda francesa, en lugar de buscar remedios adecuados a las dificultades prácticas que trae consigo toda fuerte concentración de inmigrantes en un entorno urbano, "ha consagrado su energía a explicarlos por el retorno de una vasta conspiración fascista y racista". De entonces acá el caso Le Pen se ha convertido en el fenómeno Le Pen; la crisis económica ha proporcionado el fermento para que crezcan ése y otros populismos en toda Europa; y la izquierda sigue administrando anatemas en vez de soluciones, mientras la derecha no está ni se la espera en este campo de batalla.

Pero ¿cuál es el campo de batalla? Partidos como el Frente Nacional y otros en países europeos con notable población inmigrante mantienen su fijación con los de fuera. No renuncian a su monotema, que les dio predicamento entre quienes sufrían las dificultades de las que hablaba Revel y recibían como sola respuesta una condena: sois infames racistas. Pero ha sido la debacle económica la que ha expandido el mensaje y el atractivo de los populistas, que no se limitan a exigir el cierre de las fronteras a la inmigración, sino el cierre de fronteras a secas. Están contra el euro y contra la UE, compartiendo terreno, entre otros, con la extrema izquierda; y están, lo está Marine Le Pen, contra la austeridad, igual ahí que la candidata Valenciano.

El populismo utiliza el vocabulario de la democracia, pero lo que afirma es que por encima de la libertad individual hay una razón superior que se llamará Pueblo, Nación o Raza, como ha escrito Guy Sorman. Quiere una sociedad que excluya al Otro, y eso significa levantar fronteras. El populismo y el nacionalismo excluyente pasean hoy juntos y revueltos por toda Europa, siendo el local caso catalán un buen ejemplo de la mixtura. El independentismo apela a la razón superior de la "nación catalana", a la legitimidad suprema de la "voz del pueblo" en la calle, y ofrece las fáciles soluciones para todo, absolutamente irreales, que caracterizan al charlatán populista de ahora y siempre.

El populismo nacionalista crece en Europa aprovechando un vacío que estaba ahí antes de que la crisis lo transformara en semillero. Lo describía John O’Sullivan, director del Instituto Danubio de Budapest, en un reciente artículo en el Wall Street Journal:

Hasta hace poco, los votantes para los que el patriotismo y el interés nacional eran asuntos decisivos se sentían cómodamente representados tanto por partidos de la izquierda como de la derecha. Pero esto ha dejado de ser así.

Para la izquierda, la defensa del interés nacional o el patriotismo pasaron a despedir un tufillo vulgar y xenófobo. En la derecha, tales preocupaciones se identificaron con votantes muy conservadores a los que se podía ignorar tranquilamente. Mientras la UE funcionó, mientras hubo dinero, no ocurrió nada. En cuanto la economía pinchó, la vuelta al interés nacional, la recuperación de las fronteras, el fin de la moneda común, han encontrado eco y semejan opciones necesarias y realistas. La izquierda reacciona a esto de modo similar a como hizo en Francia frente a Le Pen: son eurófobos, son de extrema derecha, son basura. La derecha sigue con su bonito discurso tecnocrático, la gestión y todo eso. De nuevo, o se lanzan anatemas o se ignora el síntoma. Mal asunto, cuando en política rige la ley de que todo vacío se llena.

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