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Cristina Losada

El 8-M sólo ‘empodera’ al feminismo radical

Este 8 de marzo no va a ser el inicio de un proceso reformista: va a ser o quiere ser el inicio de un proceso de movilización. Está más visto que el tebeo.

Este 8 de marzo no va a ser el inicio de un proceso reformista: va a ser o quiere ser el inicio de un proceso de movilización. Está más visto que el tebeo.
EFE

La huelga feminista convocada para este 8 de marzo tendrá muy probablemente su cuota de éxito. La tendrá, para empezar, porque ha tenido buena cuota de pantalla. También porque dispone de la cuota sindical: la mayoría de los sindicatos la apoyan, por lo que se harán paros parciales en muchas empresas. Y, last but not least, la secundarán muchas mujeres que querrán manifestar de esa manera su descontento con las desigualdades y brechas que aún existen. El problema es que al día siguiente de la efectista protesta no estaremos en mejores condiciones que antes para avanzar en la reducción o eliminación de las trabas y las dificultades persistentes. Ocurrirá lo contrario. Porque habrá sido un éxito, no de las mujeres, sino del feminismo radical.

Ya lo hemos visto. Ya hemos tenido en España una prueba práctica, al más alto nivel, de los éxitos del feminismo radical. ¿O es que ya nadie recuerda, en este solar desmemoriado, los Gobiernos de Rodríguez Zapatero? Era un presidente que se proclamaba radicalmente feminista. Compuso el primer Gobierno paritario, que tanto se celebró, y que se llegó a celebrar con gráfico reportaje sexy de las ministras. ¿Nadie se acuerda? Nos convertimos, por obra de la varita mágica de un presidente del Gobierno –hombre, por supuesto–, en el país más feminista del mundo mundial. Y ahora veamos de qué sirvieron toda aquella retórica y todo aquel imaginario a mayor gloria de la igualdad de género.

De hacer caso del delirante manifiesto con el que se ha convocado la huelga, los logros en materia de igualdad de ocho años de Gobiernos radicalmente feministas son igual a cero zapatero. La situación que pinta el manifiesto –"Gritamos ¡Basta! ante todas las violencias que nos atraviesan"– es apocalíptica. Hay "agresiones, humillaciones, marginaciones o exclusiones" por todas partes. Hay represión contra "quienes encabezan la lucha por los derechos sociales y reproductivos". Hay "violencias machistas cotidianas e invisibilizadas" que viven las mujeres, "sea cual sea nuestra edad y condición". Hay "opresión por nuestras orientaciones e identidades sexuales". Y todo, "la empresa privada, la pública, las instituciones y la política son reproductoras de la brecha de género".

Sigo apocalíptica. Según los convocantes de la huelga, hay "muchas compañeras que ponen en riesgo su vida por defender el territorio y sus cultivos". Según los convocantes de la huelga, "nuestros procesos de vida" están considerados "como enfermedades" por una "medicalización [que] responde a intereses de grandes empresas, no a nuestra salud". Según los convocantes de la huelga, "la justicia patriarcal no nos considera sujetas de pleno derecho". Visto el panorama, esto es la guerra. De ahí que los convocantes lancen un penúltimo grito:

¡No a las guerras y a la fabricación de material bélico! Las guerras son producto y extensión del patriarcado y del capitalismo para el control de los territorios y de las personas.

Resumo. A juzgar por esta bravata o fumata del feminismo radical, aquellos años dorados del feminismo instalado en el poder no sirvieron de nada para mejorar la situación de las mujeres. Al revés, estamos peor que nunca. Y ahora en serio: ¿qué resultados produjo aquel inédito poder del feminismo radical?, ¿qué desigualdades fueron corregidas por obra de uno de los lobbies más influyentes en los Gobiernos de Zapatero? La brecha salarial no desapareció. La conciliación no apareció. Los permisos de paternidad y maternidad permanecieron entre los más reducidos de Europa. Las guarderías –que así las llaman los padres y las madres, Tania– continuaron faltando. Y tantas otras cosas. ¿Qué mejoras hubo? Quizá me olvido de alguna. Ah, el cheque-bebé. No fastidien.

La ley contra la violencia de género. Fue la gran baza y la gran hazaña del feminismo radical de aquel entonces, y ni siquiera eso funcionó bien. Pero fue la señal de su poder. Y como señal de poder que era, y no otra cosa, se tradujo en el predominio y la imposición de un discurso "que presenta a las mujeres como víctimas por definición de una sociedad machista"; de una "política de identidad que nos aprisiona en un bloque monolítico de pensamiento que niega la individualidad" y de una "ideología contraria a la libertad" que pretende arrogarse la representación de las mujeres y se alimenta "de dinero público, de nuestro dinero, para fomentar una guerra de sexos que nos degrada y nos aleja de un futuro compartido". Todas estas citas son del manifiesto No nacemos víctimas, que hemos firmado muchas mujeres y sigue abierto a la firma.

De la huelga feminista no va a salir el impulso a las reformas necesarias para mejorar en igualdad. No están en eso quienes convocan y quienes se apropian de la protesta. Un éxito de la huelga no va a empoderar a las mujeres, sino al feminismo radical. A un feminismo radical que es hoy más coactivo, intolerante y fanático que hace una década. Y redundará en más poder para ese grupo en detrimento de otros que sí trabajan con eficacia por reducir brechas y levantar barreras. Este 8 de marzo no va a ser el inicio de un proceso reformista: va a ser o quiere ser el inicio de un proceso de movilización. Está más visto que el tebeo. Cherchez l’homme!

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