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Cristina Losada

El espíritu y la letra del coladero

"Esta gente –dice Bermejo por los batasunos– tiene mucho tiempo para pensar por dónde se va a colar". Interesante confesión. Está afirmando el ministro que quién no ha tenido tiempo para pensar cómo impedir tal fraude es el Gobierno del que forma parte.

Algunos han llegado a pensar que Zapatero tiene ideas. Yo pienso, sin embargo, que sólo tiene principios. Los de Marx, rama Groucho: "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros". Únicamente a la luz de esa sentencia adquiere coherencia su trayectoria entera, desde que fuera tocado por la varita mágica en un Congreso del PSOE, hasta ahora. Hasta ayer mismo inclusive, cuando afirmaba en Pamplona que la Ley de Partidos se aplicará "en su letra y en su espíritu". Pues una cosa es que ZP se rija por la máxima grouchiana y otra distinta que lo reconozca. En eso se diferencia del maestro. Permitió que las Nekanes se colaran en el parlamento regional vasco para hacer de brazo matronal de ETA cuando la banda terrorista aún no había derramado el falso almíbar de la tregua, y ahí tuvimos, como seguimos teniendo, a él y a sus ministros proclamando que el grupúsculo terrícola en absoluto puede tomarse como un tentáculo de la ilegalizada –es un decir– Batasuna, o sea, de la misma ETA.

Ahora que el atentado de Barajas y otros sucesos les han quitado la miel de los labios, los tenemos deshojando la margarita ante el millar de listas que presenta el entramado terrorista a las municipales y forales. A ver cómo las encajan. El Gobierno ha recurrido a declararse poco menos que impotente, lo que deja al Estado de Derecho malparado y en ridículo. En 2003, recién aprobada la Ley de Partidos y sin tanta alharaca de espíritu y letra, se las arreglaron para cortarles el acceso a las candidaturas con bicho. Cuatro años después, sin embargo, no hay quien pueda con ellas. "Esta gente –dice Bermejo por los batasunos– tiene mucho tiempo para pensar por dónde se va a colar". Interesante confesión. Está afirmando el ministro que quién no ha tenido tiempo para pensar cómo impedir tal fraude es el Gobierno del que forma parte. No será porque la ETA no anunciara –con tiempo– su intención de concurrir a las urnas y así volver a financiarse con los impuestos del contribuyente, además de ejercer su poder con mayor impunidad. No. La excusa de la falta de tiempo, tan coloquial, tan vulgar, resulta igual de inverosímil que las proclamas legalistas de su jefe.

El Gobierno, piensan algunos, quiere comprar un tiempo sin atentados con la cesión que se avecina, como lo ha hecho con otras. Y que, como suele, la camufla. Sí, pero más. La ilegalización de Batasuna, hoy derogada de facto, la aceptó el PSOE zapaterino con la boca pequeña. Ya había defenestrado entonces al inspirador del pacto antiterrorista, que era Redondo Terreros. Muchos no querían, algunos de los que hoy portan carteras ministeriales no querían, oiga. Pero se subieron a la ola para no ser arrollados. Predecían, los contrarios, tumultos, hogueras, PNVs echados al monte, legiones de jóvenes engrosando los escuadrones de la muerte etarras. Nada de eso ocurriría, sino todo lo contrario. Al fin, se había dado con el procedimiento más eficaz para reducir el poder de la ETA: echarla de las instituciones. Asfixiarla financiera y políticamente. En efecto: la acción policial no era suficiente. Había que dar un paso más. Pero un paso inconveniente para todos aquellos a quienes perjudicaría su efecto a medio plazo: la desaparición de la banda terrorista como factor político influyente.

Ante las 782 listas electorales que el Fiscal General conceptúa como sospechosas, la pregunta a estas alturas no es si pasarán o no el filtro, sino cuán amplios serán los agujeros del cedazo. Cuántas se colarán. Y dónde. Con especial atención a Navarra, que es la estación siguiente. El Gobierno se refugiará, como ya anticipan sus voceros, en que nada se pudo hacer. Que la ley es así. La ley, no: ellos.

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