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Cristina Losada

El juego favorito

Los ciudadanos piden entendimiento en las grandes crisis y los partidos, los principales partidos, hacen lo contrario.

Tengo el convencimiento de que en las grandes crisis nacionales, en la política debe primar la cooperación sobre la confrontación. Es una convicción ampliamente compartida por la mayoría de los ciudadanos, si acudimos al barómetro de las encuestas. Hay algo que no cuadra, sin embargo. Lo dicen los hechos. En las dos décadas que llevamos del nuevo siglo, en España ha habido cuatro importantes episodios críticos: los atentados del 11-M, la crisis económica, el golpe separatista catalán y la epidemia del coronavirus. Añádase a estos hitos la catástrofe provocada por el accidente del Prestige frente a las costas gallegas, ya que ahí aparecieron con claridad los rasgos que se iban a repetir en todos los sucesos siguientes. No hace falta decir mucho más para el que tenga memoria: en todos primó la confrontación sobre la cooperación.

La mitad de esas grandes crisis sucedieron con Gobiernos del PP y la otra mitad, con Gobiernos del PSOE. En cada uno de los casos, la oposición de turno fue a la yugular del Gobierno de turno. Como diría el presidente Pedro Sánchez –como acaba de decir en La Vanguardia–, la oposición aprovechó las crisis para intentar derrocar al Gobierno. Intentar derrocar, por lo tanto, es la norma. Si acaso, la única salvedad a la norma de acoso y derribo fue cuando unos y otros aprobaron la aplicación del artículo 155 después del golpe separatista de 2017. Si acaso y sin entrar en muchos detalles. Pero estos son los hechos y esto lo que no cuadra: los ciudadanos piden entendimiento en las grandes crisis y los partidos, los principales partidos, hacen lo contrario.

Puede decirse, y se dice, que la confrontación tiene lugar únicamente en el plano retórico, el del discurso, las declaraciones, los frases que copan los titulares, mientras que en el plano de los hechos los grandes partidos se ponen de acuerdo en lo fundamental, oposición y Gobierno terminan votando juntos en los asuntos clave y todo lo demás habrá sido, en fin, mucho ruido y pocas nueces. Lo malo para esta opinión buenista es que en las crisis de estas dos décadas hay demasiadas excepciones que la desmienten. Lo peor es que la retórica, las palabras, importan más de lo que parece. Pero es cierto que los partidos, y más los que lideran o aspiran a liderar los viejos bloques de izquierda y derecha, juegan a confrontar y cooperar de forma prácticamente simultánea.

El reparto clásico es que el Gobierno pida arrimar el hombro y la oposición, lejos de arrimar, dé caña. Pero el Gobierno también puede dar caña a la oposición por no arrimar el hombro, que es exactamente lo que ha hecho durante esta crisis el Ejecutivo de Sánchez. El objetivo o la esperanza es que el votante castigue al que aparente menos disposición a colaborar. Y algo de eso debe de haber movido al PP a votar a favor del decreto de nueva normalidad del Gobierno, después de haber hecho casus belli de las últimas prórrogas del estado de alarma y de denunciar airadamente a Ciudadanos por apoyarlas. Son las contorsiones y virajes del día a día, que sólo soportan los leales. El público en general habrá visto la política como una desagradable cacofonía y confirmaría aquello que ya pensaba antes. Es lo que los sondeos recogen en el enunciado: los políticos son el principal problema.

Volvamos a lo que no cuadra. Si se pide cooperación en las crisis, ¿por qué los partidos dan confrontación? Hay una respuesta simple y seguramente cierta. Dan confrontación porque funciona. Porque ha funcionado. El juego es el que es porque es el juego favorito. El de nosotros contra vosotros.

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