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Cristina Losada

El lenguaje del proceso le sobrevive

El único alto cargo que el mismo día del bombazo tuvo a bien pronunciar unas palabras al respecto no sabe, no se atreve o no puede salirse de un lenguaje en el que se llamaba "accidentes" a los actos de terror que merecían comentarse.

La negociación de Zapatero con la ETA se fundó públicamente en una falsificación de la realidad y en su necesario acompañante: una perversión del lenguaje. Se instiló en la sociedad un cambio de juicios y valores. La paz sustituyó a la libertad como objetivo último, los cómplices de los terroristas fueron presentados como hombres de paz y los propios terroristas como descarriados que, con generosidad suficiente, podían integrarse. Todo ello formaba un conjunto coherente en el que cada uno de los elementos servía para sostener a los demás. Era un sistema cerrado y autosuficiente, que se desmoronó al salir a la luz la realidad que se había barrido bajo la alfombra. El Gobierno ha tenido que reconocerlo y cerrar el chiringuito por defunción o fin de temporada. Pero sea como fuere, no logra desprenderse del lenguaje del proceso. Se le ha quedado adherido. No era un apósito de quita y pon, sino un injerto que ha prosperado.

Y tanto. Cuando el secretario de Estado de Seguridad dice que el objetivo del atentado contra el escolta Gabriel Ginés era "comprometer la vida de una persona", está eludiendo el término "asesinato". El único alto cargo que el mismo día del bombazo tuvo a bien pronunciar unas palabras al respecto no sabe, no se atreve o no puede salirse de un lenguaje en el que se llamaba "accidentes" a los actos de terror que merecían comentarse. Lo intenta el portavoz del partido con su "lucha implacable" y su jefe lo chafa horas después colocando otra pieza familiar del código del proceso: el "fin de la violencia". Cómo le cuesta a ZP pronunciar "terrorismo".

Ese código, tan útil durante el proceso y tan contraproducente ahora que vamos de "firmeza", no se lo han inventado los socialistas. Lo adoptaron de los nacionalistas vascos. Y otros. Los que comparten objetivos políticos con la banda y que, como acaba de mostrar Ibarreche, no se cuidan de ocultarlo. Con una careta lamentan la violencia y con otra proclaman que no les apartará de sus planes. Claro que no los aparta, ¡los acerca! Es el terror de ETA lo que ha creado las condiciones para que los proyectos secesionistas avancen. Y las han aprovechado a conciencia.

Tras el intento de asesinato de Ginés se ha formado, como siempre en estos casos, un coro suplicante ante los apéndices de ETA. Se les ruega que condenen, se les pide con mucha educación que se hagan preguntas, se les solicita que se aparten de los que matan por su bien –si no "acabarán mal", Bermejo dixit– y se les insta a hacer "política". En suma, se vuelve a instalar en el horizonte un espejismo. Esa ficción, tan central en el código del proceso y tan cara a ZP, según la cual los etarras y sus huestes son integrables y sólo impide ese final feliz su resistencia a aceptar que ésta es una democracia. Un poco de Educación para la Ciudadanía y hala.

Pues no. Los terroristas saben muy bien que ésta es una democracia. Y saben que por los carriles democráticos no conseguirían lo que se proponen. Saben que no habría la masa crítica necesaria para plantear la secesión del País Vasco sin la presión del terror. Que no hubieran logrado sin ella el cuestionamiento de la unidad de la nación. Y que no habrían conseguido finalmente que un Gobierno pusiera sobre la mesa el modelo constitucional para dar cabida a sus exigencias.

Como escribe Alan M. Dershowitz, la respuesta a la pregunta sobre las causas del aumento del terrorismo o, en nuestro caso, de su pervivencia, es tan sencilla como comprobable: porque funciona. Y mientras el Gobierno hable en el lenguaje del proceso, seguirá funcionando.

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