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Cristina Losada

El ombligo herido

Inconscientes o indiferentes a que el afán de apaciguamiento dará, como el dinero que se entrega, más alas al terror. Digo, a esos hombres buenos que secuestraron a Giuliana Sgrena, pero estaban “firmemente empeñados” en liberarla

Se oponían a la intervención en Irak por el sufrimiento que se infligiría al pueblo iraquí. Había otras razones, pero esa, la de los iraquíes que perecerían, era la que apelaba al corazón. La que debía llegar a los corazones sensibles. Y llegó. Por las arterias de Europa y América y Asia y Oceanía circuló, torrencial y dramática, la sensibilidad hacia el pueblo iraquí. Era una sensibilidad peculiar. Había pasado más de una década encapsulada bajo la epidermis, desde la primera Guerra del Golfo. No había salido a flor de piel cuando Sadam Husein gaseaba a los kurdos y liquidaba a los chiítas, ni cuando procedía a rutinarias labores de exterminio. Y no ha salido tampoco cuando los iraquíes son asesinados por decenas mediante coches-bomba.
 
Hay pieles de textura moral mixta que sólo resultan sensibles a las víctimas de los americanos. Dentro de esa lógica, cabe culpar también a los americanos de las matanzas de iraquíes perpetradas por terroristas. Esas masacres no han provocado, sin embargo, ninguna manifestación de solidaridad con el sufrimiento del pueblo iraquí. Ni siquiera el que causó cien muertos en Hilla. Los sucesos que traspasan la capa córnea de la epidermis occidental no son ésos, sino otros.
 
La sensibilidad es así: una periodista italiana herida en el hombro por disparos de soldados americanos despierta el clamor social y la atención de los medios durante días, y los atentados contra iraquíes no remueven sino brevemente y sin consecuencias las aguas del estanque. Y también así: la muerte del agente del servicio secreto italiano se eleva de la categoría de suceso desgraciado porque acompañaba a la periodista. De haberlo asesinado algún grupo terrorista, seguiría siendo, para los que han clamado en la calle contra el lamentable incidente, un mercenario al servicio de las potencias ocupantes. Es más, ese crimen no sería un acto de terrorismo, sino una acción de la resistencia. Como lo son todas en la lógica desvariada de aquellos a quienes importa menos el pueblo iraquí que el desprestigio de los americanos.
 
La invocada preocupación por el pueblo iraquí se ha esfumado. De nuevo. Acaso nunca existió. Acaso lo que preocupaba en el fondo a muchos era su propia seguridad, que sentían amenazada por la confrontación abierta de los EEUU contra el terrorismo y los Estados cómplices. De ahí, que algunos europeos, no sólo, pero en especial, los europeos, sigan mirándose su propio ombligo. Cuidando de que no se lo hieran, de que no los tomen por blanco los terroristas que invocan a Alá. Dispuestos a pagar un precio político por la seguridad, como se paga por el rescate de los secuestrados. Inconscientes o indiferentes a que el afán de apaciguamiento dará, como el dinero que se entrega, más alas al terror. Digo, a esos hombres buenos que secuestraron a Giuliana Sgrena, pero estaban “firmemente empeñados” en liberarla.

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