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Cristina Losada

El perfecto idiota hispanoamericano está de luto

El idiota hispanoamericano no es tan diferente del europeo y el norteamericano. Ahí están Oliver Stone y Sean Penn, admiradores del caudillo muerto.

El idiota hispanoamericano no es tan diferente del europeo y el norteamericano. Ahí están Oliver Stone y Sean Penn, admiradores del caudillo muerto.

Tocqueville escribió en el XIX que la historia es una galería de cuadros en la que hay pocos originales y muchas copias. Ahora, en esa galería ya entran fotocopias. Ahí tenemos, sin ir más lejos, el caso de Chávez. Para lo que era, qué tremendo despliegue a su muerte, qué derroche. Sin restar un ápice a los daños que el tal caudillo ha infligido a muchas personas, a su país, a Iberoamérica y a la democracia liberal, hasta en el museo de los horrores hay jerarquías. Y no, no se había muerto Stalin. Ni Fidel Castro, su gurú. Ni tampoco el líder del socialismo del siglo XXI: ¿qué diablos será eso? Pero así, entre unos y otros, llevan a Chávez al panteón del mito.

Aunque a ver lo que dura allí, ya se le confiere un aura mesiánica como para que compita en las camisetas de los mercadillos con el Che Guevara. Igual entronizan a Chávez en ese otro mercadillo donde el progre occidental compra reliquias para rendir culto a sus fantasías revolucionarias, a las que siempre domicilia bien lejos de donde vive. Para elevarse a esa clase de mito, mejor la muerte, aun por enfermedad, que una derrota en las urnas frente a Caprile algún día. En estos casos, la muerte embalsama, de modo que, sin tenerla, tenemos la momia de Chávez.

Yo ponía a veces la televisión venezolana para asistir a algún discurso de aquel histrión con ínfulas de redentor, y veía una imitación del Fidel Castro de la olla arrocera, una parodia del comandante inventando la cabra, una caricatura de la caricatura. Hasta el color, como la retórica, era de los sesenta, por lo que esperaba que apareciera Peter Sellers destrozando el decorado a destiempo, como en El guateque. Pero no, era la vida real, el reality show. Chávez y el chavismo son criaturas de la televisión, del Aló, Presidente y de la mordaza a los medios, tanto como de Castro.

Admito que me resulta difícil entender cómo una figura tan menor entra en la mitología. Incluso en la degradada mitología revolucionaria. Hay que recurrir a Montaner, a Vargas Llosa, a Mendoza, al Manual del perfecto idiota latinoamericano, que no es tan diferente del perfecto idiota europeo y norteamericano. Ahí están Oliver Stone y Sean Penn, admiradores del caudillo muerto, y aquí no faltan turiferarios. Ya se contentan con cualquier cosa. Leo que Chávez tenía cuatro millones de seguidores en Twitter, el segundo en el top después de Obama. El perfecto idiota se ha globalizado y hoy está de luto.

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