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Cristina Losada

El señuelo de la paz

¿Recuerdan aquellas dos o tres palabras que pedía Zapatero a Batasuna para sentarse a hablar? No las ha pronunciado. No importa. El proceso de paz cobra existencia en el universo virtual.

Coherente en lo esencial, Zapatero no asiste al Congreso de Víctimas del Terrorismo. Con una carta, tras otra perdida en un agujero negro de Correos, intentó salvar su honor, pero no ha querido dar la cara. Tal vez para no tener que mirar a los ojos, por usar una fórmula suya, a quienes hoy barruntan con fundamento, y con indignación, que el presidente está jugando al póker con su sacrificio. Quizás para no verse sometido a requerimientos y a voces destempladas por la sospecha de la injusticia que se cocina entre tinieblas. Puede que para no poner piedrezuelas en el "camino de la paz" que sus fieles pregonan a bombo y platillo. En todo caso, de alguien que elude hablar de terrorismo, como si fuera un corresponsal de Reuters o de la BBC, no podía esperarse otra cosa. Su último circunloquio, referido a Hamas, merece consignarse; se trata, dijo, de un grupo "que practica la violencia dentro de lo que es la estrategia política". Bingo.

Se hace difícil llevar la cuenta de las fórmulas pergeñadas por el club de los asesinos políticos y sus interesadas groupies que han ido haciendo suyas el gobierno, el PSOE y sus no menos calculadoras fans. El núcleo de todas ellas se expresa en tres palabras: proceso de paz. ¿Recuerdan aquellas dos o tres palabras que pedía Zapatero a Batasuna para sentarse a hablar? No las ha pronunciado. No importa. El proceso de paz cobra existencia en el universo virtual. Según Ortega, cuando una realidad humana ha naufragado y ha muerto, las olas la escupen en las costas de la retórica y allí, cadáver, pervive largamente. Aquí nos encontramos con el caso de una retórica sin vida que quieren hacer realidad aún a pesar y a costa de los cadáveres reales. Y a costa de la justicia y la libertad.

Esa retórica tiene sus momentos estelares. Cada vez que los gestos del gobierno hacia ETA saltan de la oscuridad a la luz, instala en enormes letreros publicitarios el señuelo de la paz posible. Lo hizo en mayo, tras aprobar el Congreso un permiso para negociar con la banda, y cuando las víctimas se disponían a movilizarse en contra. Una negociación, por cierto, que el gobierno sigue negando, pero cuidándose de señalar que Aznar se sentó. Con lo que va a resultar que esa es la única iniciativa del ex presidente que aplaude la cúpula socialista. Lo hizo entonces, utilizando a Savater, y lo hace ahora. En pleno escándalo por la excarcelación de etarras, y en vísperas de otra manifestación de las víctimas, ZP y sus ministros salen a dibujar el holograma del inicio del principio del final.

Porque la esperanza de paz que ZP transmite continuamente es, en efecto, un cultivo. No se apoya en otros hechos objetivos que la ausencia de atentados mortales desde mayo de 2003, y se sostiene en las muletas de una información que no puede revelar. Suele aducir las ansias de paz de la izquierda abertzale, pero las pruebas de lo contrario acabamos de verlas en los asesinos de Baglietto y las seguimos descubriendo en los que persisten en su diario y brutal acoso a los no nacionalistas. Las esperanzas del presidente se tejen con hilos endebles o invisibles, sí. Pero si la sociedad cree que puede haber paz a través de la negociación, si ese espejismo reverbera un tiempo en el horizonte, entonces, quizá estará dispuesta a que se hagan concesiones. Cultivada la ilusión, muchos no querrán perderla por un quítame allá esos presos, la nación, Navarra o la autodeterminación. A eso juega ZP. La retórica habrá destilado la realidad. Cuenta con que entonces ya no importará el precio. Todo el que se oponga, está contra la paz.

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