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Cristina Losada

En el nombre de la izquierda

Se mueven porque profesan una confianza ciega en la izquierda y una desconfianza, ciega también, hacia todo cuanto provenga de la derecha. Y los dirigentes del PSOE e IU aprovechan ese sustrato, predisposición instintiva o reflejo pavloviano

Este martes, miles de personas, profesionales de la sanidad pública, honrados y dedicados a su oficio, se manifestarán a favor de un médico investigado por irregularidades que causaron la muerte de pacientes y en contra de la actuación de la Comunidad de Madrid, que no ha hecho otra cosa que examinar esos hechos y apartar al denunciado en tanto no se esclarezcan. Sin embargo, los resortes que originan esa movilización son de otro orden.
 
Si Lamela no hubiera dado credibilidad a la denuncia contra un médico del hospital Severo Ochoa, esas personas se manifestarían para pedirle cuentas por no investigar las dudosas sedaciones terminales. Y no lo digo porque el consejero revelara que Simancas le advirtió que ardería Troya, sí o sí. Lo digo porque la esencia de la protesta es así de simple: la izquierda contra la derecha. Y así de poderoso el atavismo que impulsa a los movilizados.
 
Se mueven porque profesan una confianza ciega en la izquierda y una desconfianza, ciega también, hacia todo cuanto provenga de la derecha. Y los dirigentes del PSOE e IU aprovechan ese sustrato, predisposición instintiva o reflejo pavloviano, para un objetivo político: socavar al gobierno de Esperanza Aguirre. Objetivo legítimo, sí, pero los medios no pueden serlo menos.
 
Esos dirigentes, y sus máximos jefes, deben de conocer la verdad. Si así fuera y a pesar de ello, persisten en crucificar a Lamela y sepultar el caso, su cinismo sería inadmisible. Y sería lícito sospechar que comparten la peculiar forma de optimizar la gestión hospitalaria de la que era abanderado el investigado. O que lo defienden porque es uno de los suyos. Y no uno cualquiera.
 
El presidente ha pedido prudencia. Pero no se la ha pedido a sus compañeros de Madrid. Pues Zetapé quiere jugar, de nuevo, a dos barajas: a representar la moderación, mientras los suyos queman en la pira al adversario. ¿Y la ministra de Sanidad? Mira para otro lado y dice que no se ha gestionado bien el caso. Mejor debe de ser lo que ella hizo: archivar la denuncia. Hasta que saltó a la prensa, claro.
 
Claman contra la alarma generada, cuando debían alarmarse por que los mecanismos de control no funcionaran antes. Claman que se ha desprestigiado a los médicos. ¿Los prestigia acaso que se haga la vista gorda ante las irregularidades de unos pocos? ¿Es que las faltas que cometen unos manchan a todos? Sólo la certeza de que se actúa contra los que obran mal, mantiene el prestigio de un cuerpo y la confianza en un sistema. Es más, sobre esa piedra se asienta la sociedad democrática.
 
Y aquí damos con la otra piedra, que promete ser pedrusco en las ruedas de la verdad: la justicia. La Fiscalía del Estado y la de Madrid apuntan maneras. Las maneras de quien no tiene interés por investigar. De quien sirve a su lealtad de partido antes que a cualquier otra. Porque España y ellos son así: en el sagrado nombre de la izquierda se puede enterrar todo sin que pase nada. Pues hay miles, hay millones, que lo aceptan.

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