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Cristina Losada

En Galicia baja siempre la marea

No hay que dar validez a la jactancia del Bloque, que equipara su resurrección a un ascenso imparable del nacionalismo. En realidad, vuelve a su casilla.

Las primeras elecciones autonómicas de Galicia, en 1981, las ganó la derecha, entonces representada por la Alianza Popular de Fernández Albor y por la UCD. El predominio de la derecha se iba a mantener constante a los largo de las diez elecciones siguientes, aunque aquellos dos partidos acabaran desapareciendo para dar lugar a uno. En la izquierda, menos agraciada en las urnas, el paisaje ha sido más cambiante, y más cambiante todavía en la izquierda de la izquierda. En ese campo, pequeño pero abigarrado, la lucha final no se ha librado entre comunistas y excomunistas, como en la frase célebre de Silone a Togliatti, sino entre comunistas nacionalistas puros y comunistas de los que se podía sospechar impureza española, y entre facciones de unos y otros.

De la lucha faccional constante da cuenta una enrevesada historia de escisiones, expulsiones, fundaciones y refundaciones, ya antes de que se pusieran urnas. El resultado de 2020, con un BNG resucitado de entre los muertos gracias al hundimiento de un rival que a punto estuvo de condenarlo a la extinción, volverá a remodelar ese espacio, y traerá posiblemente nuevos cambios de bando y batallas fratricidas. Aunque no se nos olvide lo importante. Lo importante para el Bloque es que ha vuelto a conseguir uno de sus objetivos perennes: que los sucesores del Partido Comunista de España, por así llamarlos, y se llamaran como se llamaran, no pinten nada en la política autonómica. Por cuánto tiempo, está por ver. Pero ahora el rival que más les preocupa desde el principio de los tiempos ha quedado fuera de juego.

En la izquierda de la izquierda, las Mareas fueron aupadas con entusiasmo en las municipales de 2015 y en las autonómicas de 2016. Lo malo –o lo bueno– del entusiasmo es que muta rápido en decepción. En esa decepción y en esta caída hay quien cree ver un castigo a la falta de pasión plurinacional o confederal del conglomerado mareante. Lo apuntaba así Errejón, en un obvio ajuste de cuentas con sus excamaradas. Pero es una interpretación simplista y equivocada. A las Mareas no les faltó fervor nacionalista: su personal dirigente venía mayoritariamente de esa confesión. Les faltó todo lo demás. Para rematar la jugada, y porque es costumbre de la casa, se dividieron ruidosamente.

Puestos a enmendar interpretaciones, tampoco hay que dar validez a la jactancia del Bloque, que equipara su resurrección a un ascenso imparable del nacionalismo. En realidad, vuelve a su casilla, donde solía estar desde 1993, que es en torno al 20 por ciento del voto, y ese resultado, ahora como antes, obedece a la reunión del voto nacionalista puro y del impuro, procedente de la extrema izquierda. Esto lo ha logrado su núcleo irradiador, la paleolítica UPG, partido de la actual candidata, pero es lo que ha hecho siempre, con dos únicas excepciones, desde aquellas elecciones de 1981 en que superó al PCE de Anxo Guerreiro. Nada más vital, para los coroneles de la comunista y nacionalista UPG, que eliminar de la faz de Galicia a los comunistas de obediencia española.

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