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Cristina Losada

Ficción matinal

Zapatero situó la reforma laboral en términos sesgados: ellos quieren hacerla por decreto y nosotros, por acuerdo. Nosotros: los buenos, los dialogantes y blablablá.

Es muy bonito que se reúnan vis a vis el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición. En España hay una tradición política guerracivilista, bien visible en los últimos años por el retrovisor de la izquierda, pero después tenemos estas cosas tiernas. Que dejen de pelearse y que se junten, ¡que se besen! La función que cumplen las invitaciones de Zapatero a Rajoy a presentarse en La Moncloa ha de estar relacionada con la intención de satisfacer esa querencia del público, pero siempre con el propósito de sacarle un rédito sectario: se transmite que es el Gobierno quien más pone de su parte para lograr la unión y la concordia. "Reivindico mi voluntad de diálogo", declaró el presidente, a fin de que a nadie se le escapara que las buenas intenciones son suyas, sólo suyas y no del otro.

Por lo demás, nada había –y nada hubo– que justificara el desplazamiento del foco político a las estancias del palacio. ¿Acaso se trataba de debatir algún plan de ajuste como los que han adoptado Grecia o Irlanda? ¿Iban a comprometerse a realizar de común acuerdo las reformas impopulares? Negativo en ambos casos. Es más, Zapatero situó la reforma laboral en términos sesgados: ellos quieren hacerla por decreto y nosotros, por acuerdo. Nosotros: los buenos, los dialogantes y blablablá. Tan trascendental era la convocatoria que obedecía a un intento de remedar la que habían mantenido días atrás Sócrates y Passos Coelho. ¡Menos mal que nos queda Portugal! Aunque se hace saber urbi et orbi que España no es Grecia. Otra vez, ¡menos mal! A trancas y barrancas, vamos aprendiendo geografía.

Visto el raquitismo del contenido, habrá que estudiar estos encuentros monclovitas desde la perspectiva del arte dramático. En su libro sobre Zapatero, García Abad cuenta que antes de su primera reunión con Aznar, estudió con minuciosidad en qué escalón debía de colocarse para mostrar que era más alto. El presidente no puede competir con Rajoy en altura, pero sí en capacidad de representación. A fin de cuentas, no todo el mundo entiende de política económica, pero cualquiera ve las series españolas que triunfan en la tele. Abundan la sobreactuación, los tonos y gestos inverosímiles, los escenarios improbables y, sin embargo, o por eso mismo, tienen éxito. Tal vez, la clave del éxito de ZP radique en que es mal actor. Y en que "el hombre prefiere creer lo que quiere que sea verdad" (Bacon).

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