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Al PP le avisaron sus adversarios y los que se apuntan a dar consejo, que es mejor que achante en lo del 11-M. Por su bien. Le dijeron que no subiera al ring, que se las iban a dar hasta en el carné, y le siguen diciendo que no alce la voz y no se mueva de la esquina que en España se le tiene asignada a la derecha. Ya se sabe que esta derecha nuestra carga con el pecado original de toda derecha que en el mundo ha sido, más la terrible mancha del franquismo, que jamás acaba de limpiarse, y que por todo ello debe quedarse en el rincón, y no volver a salirse de él, como hizo con Aznar.
 
Es por la condición tan pecaminosa de la derecha española que, durante la campaña electoral, Rodríguez Zapatero pudo esgrimir como crítica al gobierno de Aznar que éste hubiera sido el “más de derechas” que habíamos tenido en los años de democracia. En una democracia normal y corriente, que un dirigente socialista le reproche a la derecha que sea de derechas, es tan absurdo como quejarse de que el sol salga por el Este y se ponga por el Oeste. Pero aquí, ese absurdo tiene sentido.
 
Lo que pasa en España nos lo han explicado mil veces hasta los telepredicadores: aquí no tenemos esa derecha “civilizada e ilustrada” de la que gozan otras naciones del mundo, sino que soportamos a una genéticamente antidemocrática y eternamente franquista. En la difusión de esta simple, falsa, y eficaz idea, como en todo lo que tiene que ver con la propaganda, hay que reconocer que la izquierda española ha triunfado.
 
Si en la Gran Bretaña de la juventud de Chesterton no ser socialista era algo “absolutamente espantoso”, en la España de un siglo después no ser de izquierdas es muy sospechoso. Así que, para arreglar, no hay personas de derechas. Bueno, las hay, pero pocas. Cierto que millones de personas votan al PP, pero interrogadas sobre su orientación política, la mayoría se declara de centro, y siempre hay más que miran hacia la izquierda que hacia la derecha, por si las moscas.
 
El centro y la nada, como analizó en un célebre ensayo el editor de este periódico, vienen a ser lo mismo, pero el pueblo español ha encontrado auténtico alimento en el agujero del donuts. Le permite, sobre todo, no comprometerse: yo soy “apolítico” sigue siendo una frase favorita, como en tiempos del general gallego. Y al que vota a la derecha, eso del “centro” le evita ponerse una etiqueta que puede despedir “aroma fascista”, como diría Cebrián, a quien hay que hacerle caso en esto: conoce bien el olor.
 
La izquierda desea una derecha que se pliegue a ella, que no dé la lata, y que viva, bajo su protectorado, en una reserva de la que saldrá de vez en cuando para pactar alguna cosa. Eso es malo, pero lógico. No lo es que la propia derecha se avenga al papel de figurante, y menos cuando le toca estar en la oposición. Pero las sirenas van a cantar muy dulcemente para que lo haga: Mariano, sé prudente y moderado, como eres tú, que así te quiere más el pueblo soberano. No sé el pueblo soberano, pero a los que queremos que se investigue el 11 M hasta el final, nos interesa un Rajoy dispuesto salir al ring, y preparado para que le lluevan todos los golpes bajos. Porque los habrá, y cuanto más tarde la comisión en formarse, más elaborados estarán.
 

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