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Cristina Losada

Hacia un pacto de silencio

Zetapé hizo con el Pacto Antiterrorista lo que Groucho y Chico Marx con el contrato para el cantante de ópera Lasparri.

Don Miguel Maura insiste en sus memorias en la trascendencia del Pacto de San Sebastián para el buen advenimiento de la II República. Fue aquel –dice el primer ministro de Gobernación del régimen– un pacto que no se escribió en parte alguna, un auténtico pacto entre caballeros, que fue íntegramente cumplido por todos. No se redactó ni rubricó documento alguno. Para dar por firme el compromiso, bastó el acuerdo de palabra de los reunidos, pese a que los separaban discrepancias de fondo. El éxito del pacto radicó, pues, en que no había ningún José Luis Rodríguez Zapatero entre los adversarios de la Monarquía que se congregaron en la capital donostiarra el 17 de agosto de 1930.

Zapatero es un señor que incumple hasta los pactos que ha propuesto y no digamos los compromisos simplemente proclamados. La única salvedad a esa norma de conducta la representan los acuerdos contra la oposición. Esos los ha mantenido a machamartillo. Pero todos los restantes desaparecen de su acción y su memoria con la misma facilidad con que las aguas del Ebro se pierden en el mar. El compromiso de no hacer trasvases ha sido el último en caer, pero el primero que tuvo ese triste destino fue el Antiterrorista, idea suya o, mejor dicho, de Redondo Terreros, y que por ahora ostenta el récord: lo incumplía a la vez que lo suscribía al autorizar simultáneamente que ciertos socialistas vascos platicaran con los mandados de la ETA.

Ya estaba entonces, en realidad, cadáver, el famoso Pacto por las Libertades, pero fue tirando mientras la otra parte contratante lo cumplía desde el Gobierno. Cuando Zapatero llegó a La Moncloa hizo lo contrario de lo que allí estaba escrito y santas pascuas. Sólo un punto le ha interesado de aquel acuerdo: el que decía que la política para acabar con el terrorismo se eliminaría de la confrontación partidista. O sea, que Zetapé hizo con el Pacto Antiterrorista lo que Groucho y Chico Marx con el contrato para el cantante de ópera Lasparri. Los cómicos le fueron arrancando pedazos hasta dejarlo reducido a una minúscula cláusula "sanitaria". El presidente mutiló el que había firmado hasta que no quedó más que una frase a la que agarrarse para exigir silencio. Sanitaria también la cosa.

La salud del nuevo Gobierno zapaterino requiere una oposición silente en general y, en particular, en la cuestión de ETA. Insisten sus voceros en que ese asunto no debe de ocupar ni un nanosegundo de los telediarios y desean que así conste en cualquier nuevo consenso. Propugnan un pacto que garantice que no se hable de su política hacia ETA ni en el Congreso ni fuera. Y esto no tiene ningún sentido si pensaran hacer lo que debe hacerse. De abrigar el propósito de actuar firme y rectamente, no necesitarían ponerle a la oposición un esparadrapo en la boca. O que ella misma se lo ponga, que esa es otra. Que precisen tal mutismo revela que sus intenciones van por otros derroteros. Es indicio de que ese acuerdo que no ha de escribirse y cuyos mimbres urden con el PNV será un pacto para no que se hable de terrorismo mientras se vuelve a hablar con los terroristas.

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