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Cristina Losada

Insumisos, negacionistas y otros enemigos

Sumisión es exactamente lo que exige el Gobierno a comunidades autónomas, municipios, comercios, empresas, ciudadanos y partidos de la oposición.

Sumisión es exactamente lo que exige el Gobierno a comunidades autónomas, municipios, comercios, empresas, ciudadanos y partidos de la oposición.
La ministra Teresa Ribera tras la reunión con los consejreos autonómicos sobre el plan de ahorro energético. | EFE

Le he oído a la ministra de Hacienda que no se va a permitir ninguna insumisión y está muy bien elegida la palabra. Lo está, porque su contraria, sumisión, viene muy a cuento. Sumisión es exactamente lo que exige el Gobierno a comunidades autónomas, municipios, comercios, empresas, establecimientos, ciudadanos y partidos de la oposición. Quiere y exige sumisión incondicional a eso que han dado en llamar plan de ahorro energético. No ha querido escuchar a nadie ni negociar nada antes de aprobarlo y ponerlo en el BOE. No está dispuesto a tocar una coma, ni tampoco a retirarlo. Y hay que cumplirlo a rajatabla, aunque no se sepa cómo se va a hacer cumplir. Es definitivo: sumisión es la palabra.

Los insumisos potenciales ya están en la lista negra. Y aún son algo peor que insumisos. Son negacionistas. De qué, no se sabe, y no importa mucho, porque lo importante es colocar el término peyorativo. El presidente del Gobierno pone más énfasis en atacar a la oposición por destructiva y negacionista que en defender las medidas del decreto. "Negacionista en todos los ámbitos", dijo, "desde la pandemia y ahora con la guerra". Hombre. Vamos por partes. Quien más negó que la epidemia fuera a afectarnos fue el portavoz del ministerio de Sanidad. En cuanto a la guerra, si a la de Ucrania se refería, nadie niega que exista, pero, de nuevo, qué más da. No es importante que sea cierto o incierto. Lo que importa es descalificar. De paso, hay que anotar que ya no es posible recuperar el significado que tuvo originalmente el término: se reservaba para los que negaban el Holocausto. Hoy se aplica a cualquier cosa. Banalización.

Es un hecho comprobable que no hay un plan de ahorro energético estructurado, sino unas cuantas medidas introducidas en un decreto mucho más amplio, y largo como un día sin pan. Pero lo notable es que tan poca chicha esté adquiriendo tamaña dimensión política. Esa dimensión sobrepasa el alcance nominal de las medidas y, sin duda, su efectividad real, sobre la que no se ofrece ni allí ni en ninguna otra parte una evaluación ni cálculo aproximados. Por absurdo que parezca, es el caso que el Gobierno ha decidido lanzarse a un agresivo contraataque por asuntos como los umbrales de temperatura de la calefacción y el aire acondicionado, el horario de alumbrado de los escaparates y el cierre de puertas con un "sencillo brazo de cierre automático" (textual del decreto).

Podía haber lidiado con la oposición de algunas autonomías mediante el instrumento que existe para intentar ponerse de acuerdo: ya que no consultó ni negoció antes de fabricar el decreto, al menos, hacerlo después. Pero no ha querido y ha optado por confrontar abierta y descarnadamente con los que se oponen. Esto sólo puede significar una cosa. Simple y básica: para el Gobierno cualquier asunto que le permita batallar contra la oposición es bienvenido y ha de ser agigantado. Hasta la temperatura del aire acondicionado puede ser un casus belli. Hay que sostenella y no enmendalla. Esta guerra no ha hecho más que empezar.

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