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Cristina Losada

Kissinger, Kennan y la falacia de las causas

No es de extrañar que los separatistas catalanes se hayan entendido con la gente de Putin. Les une la fabricación de falsedades sobre el presente y el pasado.

No es de extrañar que los separatistas catalanes se hayan entendido con la gente de Putin. Les une la fabricación de falsedades sobre el presente y el pasado.
EFE

La invasión de Ucrania ha traído alguna sorpresa intelectual. Lo es, por ejemplo, que quienes quieren defender la acción de Putin sin defenderla del todo –"no tiene justificación, pero tiene causas" es la fórmula– utilicen en favor de sus argumentos a insignes expertos norteamericanos en política internacional. El diplomático George Kennan, inspirador de la doctrina de contención de la Unión Soviética, y Henry Kissinger, que fue secretario de Estado en los años 70, son los más citados, y causó sensación, hace unos días, que asesores de política exterior de China recurrieran a ellos para cargarse de razón. Se dice que los dos se opusieron a la expansión de la OTAN a países de Europa Oriental y Central, que avisaron de que se iba a percibir en Rusia como una amenaza intolerable –como los misiles soviéticos en Cuba, cuando Kennedy– y que predijeron, en fin, lo que está pasando ahora.

Kennan dijo ya en 1997 en una pieza en el New York Times que la expansión hacia el Este de la OTAN era el error más grave de EEUU tras el fin de la Guerra Fría. Y Kissinger, en un artículo en el Washington Post en 2014, cuando la anexión rusa de Crimea, reafirmaba su oposición y planteaba que Ucrania no debía entrar. Claro que no sólo decían eso. La letra pequeña es más complicada. Pero no citan a Kennan y a Kissinger para tomar parte en un floral debate de ideas. Los citan porque es útil para revestir de autoridad –la autoridad del adversario, nada menos– ese argumento de que Rusia tiene razones para comportarse como se comporta, y que esas razones se las ha dado la sinrazón norteamericana (y de la OTAN) de no respetar los legítimos intereses rusos. Y entre los intereses nacionales de Rusia y los intereses de Putin y su régimen no establecen ninguna diferencia, como si unos y otros fueran idénticos.

Hay que decir, de entrada, que ha llovido desde 1997. Incluso desde 2014. La política exterior de Estados Unidos ha experimentado giros y cambios en sus prioridades. El impulso expansivo de la OTAN se fue ralentizando, y la voluntad manifestada en 2008 de aceptar a Georgia y Ucrania como miembros en algún momento fue lo suficientemente vaga como para intuir que se aplazaba ad calendas graecas. En aquella cumbre de Bucarest, Alemania, Francia y otros países se opusieron a la idea del presidente Bush de ofrecer enseguida un Plan de Acción para la Adhesión a los dos países. El compromiso alcanzado fue la inconcreta promesa que se formuló.

En 2014, la anexión de Crimea sorprendió a Obama. Su política exterior no estaba mirando hacia Ucrania ni hacia Rusia; ni siquiera hacia Europa. En una cumbre en Bruselas, declaró que no había "respuestas fáciles ni soluciones militares" a la intervención militar rusa, y que "los Estados Unidos y la OTAN no buscan ningún conflicto con Rusia". El actual secretario de Estado, Antony Blinken, recordaba hace unos días aquellos momentos, porque en la crisis de Crimea propuso el envío de misiles antitanque a Ucrania y el presidente lo desechó para no provocar una escalada. En una cena con expertos en política exterior en la Casa Blanca, Obama preguntó: "¿Alguien puede decirme cuáles son los intereses americanos en Ucrania?". En román paladino: ¿qué se nos ha perdido en Ucrania?

Su sucesor fue más lejos. La pregunta que se hacía Trump era si existía algún interés americano en la OTAN, y su respuesta se acercaba cada vez más al no. El asesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, ha contado verbalmente y por escrito que si Trump no ordenó la salida de EEUU de la OTAN fue por la oposición numantina de algunos de los que le rodeaban. Y que existía el riesgo "muy real" de que lo hiciera si ganaba un segundo mandato. En esa época, en cualquier caso, había analistas que sostenían que la OTAN había perdido la razón de ser, y que lo lógico era disolverla. No eran tan famosos como Kennan y Kissinger, pero estaban ahí. Vaya esto por lo que toca a la terrible amenaza que representaba la OTAN para Rusia.

¿Para Rusia o para Putin? Hay que volver a la identificación del interés nacional con el interés del autócrata que hacen los que acuden al argumento de las causas, y cuestionarla. ¿Cómo no consideran que un régimen autocrático o dictatorial puede tener intereses propios, distintos y contrarios al interés nacional? ¿Cómo no tienen en cuenta que invocar el interés nacional es un recurso frecuente de ese tipo de regímenes para asegurar su permanencia? ¿Con qué factores objetivos y objetivables definen el interés nacional ruso? Pero el argumento de las causas tiene otros puntos aún más débiles. El más débil, la apelación misma.

Se ha hecho gran cantidad de veces frente al terrorismo. "El terrorismo no tiene justificación, pero tiene causas", es o fue una fórmula habitual. ¿Cuántos la emplearon tras los atentados del 11-S? Miles, millones. Y lo importante: no se llama a escena a las causas para intentar comprender lo sucedido; se las llama para pedir comprensión. Comprensión para los terroristas, en aquel contexto; comprensión para Putin en este contexto, que no está tan lejos del proceder terrorista. Es más, se alega que fijarse en las causas es la única vía de solución. ¿Cómo se va a solucionar un conflicto si no tenemos en cuenta las causas, si no vamos a la raíz? Encontramos a Perogrullo bajo el sombrero de las causas. La solución comprensiva cojea siempre del mismo pie. Es ceder ante el matón.

Nos están pidiendo que hagamos respecto a Putin un ejercicio de comprensión y otro de candorosa credulidad. Se nos pide que tomemos las causas que alega como causas reales, como causas realmente tan lacerantes que lo han obligado a hacer algo terrible. Se pide que creamos que los agravios que expone son verdaderos, no pura invención. Es como cuando se pedía o exigía desde el separatismo catalán que se tomaran por verdaderos sus cuentos sobre agravios, desprecios y maltratos históricos. No es de extrañar que los separatistas catalanes se hayan entendido con la gente de Putin. Les une la fabricación de falsedades sobre el presente y el pasado. La invención de causas para justificar lo injustificable se ha hecho siempre. No vamos a creer ahora las que presenta Putin. Menos aún cuando para hacerlas apetitosas se espolvorean con las firmas de Kennan y Kissinger.

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