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Cristina Losada

La agresión sexual no admite precauciones

Algunos vivimos en el mundo real y otros no lo pisan. ¡Privilegiados!

Una tarde me robaron en una calle de Madrid. Fue un asalto limpio, entre dos, uno actuaba y otro vigilaba, y fue a la luz del día en una calle solitaria de Malasaña. Eran los primeros años 90. Después de aquel asalto tomé la decisión de aprender aikido. Los veteranos de la clase me advirtieron de que no pensara en valerme de mis conocimientos en ese arte marcial si volvían a asaltarme. "Mejor no lo intentes: dales el dinero", dijeron. Su consejo, avalado por la experiencia, era sensato. Es más, es el que yo daría. Pero cuando dos hombres me tendieron una emboscada para robarme unos años más tarde en otra calle solitaria de Madrid, en otro barrio, yo, sin pensarlo, sin enfrentarme a ellos directamente, logré zafarme. Algo tuvo que ver en ello mi entrenamiento.

A nadie se le ocurrió decirme entonces que aprender un arte marcial como medida de precaución fuera, aparte de una señal de exceso de optimismo, una manera de culpabilizarme a mí de un futuro robo, en lugar de a los ladrones. Pero si se tratara de un intento de agresión sexual, eso es lo que me dirían hoy. Me lo dirían los que van de feministas y los que van de progresistas y quizá muchos más. Según una doctrina extendida, cuando una mujer toma precauciones para evitar que la agredan sexualmente, y cuando alguien le aconseja que las tome, desplaza la culpa del verdugo a la víctima.

La doctrina en cuestión se le acaba de aplicar a la alcaldesa de Colonia por unas declaraciones que hizo a raíz de las agresiones sexuales y robos que sufrieron allí numerosas mujeres la noche de fin de año. El asalto masivo ha provocado un seísmo político en Alemania: se sospecha de que la policía, el gobierno y la prensa lo silenciaron porque los agresores eran hombres norteafricanos. El caso es que a la alcaldesa, Henriette Reker, le preguntó una periodista cómo se podían proteger mejor las mujeres, y respondió. Habló de ir en grupo, de no separarse y de "mantener cierta distancia" con personas con las que no hay confianza, distancia profiláctica que cifró en "más de la longitud de un brazo".

Calculo que a estas horas hay decenas de miles de tuits con el lema eineArmLaenge (la longitud de un brazo) poniendo a caldo a la alcaldesa, quien, por cierto, fue apuñalada en el cuello por un hombre con vínculos neonazis en plena campaña electoral el pasado otoño. La mayoría de las críticas son variantes sarcásticas o groseras de la que le hizo el ministro de Justicia, Heiko Maas, socialdemócrata: "No tienen la responsabilidad las mujeres, sino los autores". Bueno, esto nadie lo discute. Es más, el ministro debería estar ocupado buscándolos, aunque de momento parece que se le escapan. A mí sólo se me escapa el nexo causal entre ser precavido y tener la culpa.

Igual me sucedió cuando los progres españoles montaron un gran escándalo por unas recomendaciones para mujeres que figuraban en la web del Ministerio del Interior. Molestó especialmente que se aconsejara llevar un silbato. No me pregunten por qué. Pero se llegó a decir que el ministerio patrocinaba el terror sexual: enseñar a las mujeres a tener miedo de las violaciones es una forma de domesticarlas, era el argumento. Lo que me enseñaron estos argumentos es que algunos vivimos en el mundo real y otros no lo pisan. ¡Privilegiados!

En el mundo en que yo vivo, y no es el peor de los que he conocido, hay riesgos. Se puede gritar muy fuerte que esos riesgos no deberían existir, que el Estado o el gobierno o la sociedad deben velar por nuestra seguridad sin merma alguna de nuestra libertad. Se puede gritar incluso contra los hombres y su violencia ¿innata? Grítese lo que se quiera, que los riesgos seguirán ahí. Yo diría que es preferible precaverse mínimamente frente a ellos, diría y digo que es preferible evitar un asalto a sufrirlo. Pero la agenda política correcta dice que no. Tiene prioridades que no son de este mundo.

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