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Cristina Losada

La ensoñación

Lo que hace peligroso el indulto es que sea fruto del convencimiento. Porque las dependencias cambian, pero las convicciones duran.

Lo que hace peligroso el indulto es que sea fruto del convencimiento. Porque las dependencias cambian, pero las convicciones duran.
Pedro Sánchez. | EFE

Las motivaciones del indulto a los sediciosos del 1-O están claras como el agua, si uno escucha a la mayoría de los que se oponen a concesión tan inútil y contraproducente. La denuncia que más se oye, y reverbera incluso en el informe del Supremo, es que la causa de la previsible decisión gubernamental radica en la necesidad imperiosa de dar satisfacción a socios y aliados. Para evitar que le quiten su apoyo, para mantenerse en el poder, para no poner en riesgo la continuidad de la legislatura, Sánchez, según la opinión extendida, va a contentarlos regalando el indulto. Todo sería, así, una maniobra puramente oportunista con el único propósito de no perder el sillón. Clara como el agua, y sucia como la política.

Y, sin embargo, hay motivos peores. A fin de cuentas, si esto fuera únicamente una concesión para asegurar los apoyos al Gobierno, los indultos no obedecerían a una convicción política, sino a un aprieto coyuntural. Y de ahí cabe colegir que los socialistas de Sánchez no se estarían planteando indultar a los separatistas caso de tener aliados parlamentarios diferentes. Ojalá fuera así. La falta de convicciones tiene mala fama. Se critica acerbamente al que no las tiene, y al que maniobra sin ningún principio, en función de su interés. Pero se olvida con frecuencia que no todas las convicciones son buenas, que las hay tan equivocadas, o tan monstruosas, que sería mucho mejor que estuvieran ausentes.

Detrás de este indulto no hay sólo una necesidad coyuntural, importante para la continuidad del Gobierno, pero temporal al fin y al cabo. Esa necesidad existe, cierto, pero además hay un convencimiento. Los socialistas de Sánchez están convencidos de que el indulto es bueno. Creen que apaciguará al separatismo, que le privará de argumentos y de apoyo, y que permitirá que la sociedad catalana inaugure un tiempo nuevo. Creen que los indultos, como la mesa de diálogo, son pasos hacia la solución del conflicto, y creen, ¡qué bonito es creer!, que esa solución existe. No pueden aceptar, ni ellos ni los que comparten esa visión omnipotente de la política, que hay problemas sin solución, y que el del separatismo, desde hace mucho tiempo y aún por bastante tiempo, es uno de ellos.

Los socialistas están en la ensoñación de que el separatismo se puede transformar en lo que no ha sido nunca. Por esa ensoñación, quieren que España les resulte más aceptable a los que no pueden ni verla. El separatismo podrá modular su tono –y no lo ha hecho–, pero no dejará de ser lo que es. Y, siendo lo que es, le dará igual que España indulte o deje de indultar, que dialogue o que no, que sea federal o plurinacional, porque lo que quiere es separarse de España, punto. El gran problema de este indulto no es que venga motivado por la dependencia que tiene el Gobierno de sus aliados. Aquello que lo hace peligroso es que sea fruto del convencimiento. Porque las dependencias cambian, pero las convicciones duran.

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