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Cristina Losada

La incorrección política y Donald Trump

Tantos pensadores dándole vueltas al asunto durante tanto tiempo para que al final resulte que la incorrección política no era más que la grosería de siempre.

Tantos pensadores dándole vueltas al asunto durante tanto tiempo para que al final resulte que la incorrección política no era más que la grosería de siempre.
Donald Trump | EFE

La historia de la corrección política no empieza cuando se acuñó su nombre, pero es interesante que el nombre mismo fuera una incorrección. Sus primeros oponentes, los que vieron peligro en ella, fueron quienes bautizaron de aquella manera, a principios de la década de 1990, un fenómeno que se extendía por Estados Unidos. Empezó en los campus universitarios y saltó, de ahí, a los medios y a la sociedad. Lo que así nombraron era una presión institucionalizada para amoldar los modos de comportamiento y expresión que tenía su origen en el radicalismo de los años 60 y 70. Los partidarios de ahormar la conducta y la palabra a ciertos valores políticos que consideraban indiscutibles no aceptaron el nombre y negaron que existiera algo parecido a una tiranía de la corrección política.

No he seguido la pista a las anécdotas que ha alumbrado la corrección política en los últimos tiempos, pero me quedó en la memoria una que leí hace tiempo en un ensayo de Paul Hollander, historiador que ha dedicado notables reflexiones a la PC (abreviatura en inglés de corrección política). Era el caso de una profesora que no permitió que sus alumnos vieran Romeo y Julieta de Shakespeare porque se trataba de una historia de amor "abiertamente heterosexual". Otro episodio que recuerdo bien es el que tuvo como protagonista al escritor Saul Bellow. En una entrevista en 1994, al hablar de las culturas preliterarias, Bellow dijo que los papúes y los zulúes no tenían a un Proust ni a un Tolstói. Le acusaron de insultar a esas dos tribus y de despreciar a las culturas distintas a la occidental. Una de las curiosidades de la PC es que, al tiempo que celebra la diversidad, toda su acción conduce a la uniformidad: no son aceptables otros modos de pensar y expresarse que los que propugna.

La corrección política es un intento de purificar la mente colectiva de formas de pensar erróneas mediante la revisión del vocabulario. De ahí que sus creaciones más conocidas y singulares sean los speech codes, códigos de lenguaje, que se han comparado con el newspeak (neolengua) que inventó George Orwell en su novela 1984 y era instrumento clave del estado totalitario con partido único que presenta en la obra. Orwell escribió con agudeza sobre la propaganda política y percibió que partía de la creencia en un poder extraordinario del lenguaje, como si cambiando los nombres de las cosas la condición de las cosas cambiara. De esa creencia participa la contemporánea corrección política, con su incansable represión de las expresiones incorrectas.

La omnipresencia de la PC ha llegado a hartar a muchos norteamericanos, y tanto republicanos como demócratas. El efecto colateral de ese corsé es tanto una reducción de la libre expresión como una mordaza para el libre pensamiento. El mercado de las ideas se encuentra intervenido y vigilado por todos cuantos hacen de guardianes de la corrección política. La PC se vincula en EEUU a los liberales y a las políticas identitarias. Por todo ello, no es de extrañar que Donald Trump tomara la corrección política como enemigo y tampoco es de extrañar, a la vista del personaje, en qué ha consistido su rebelión contra la PC. No ha habido en ella argumentos ni ideas. Todo lo que ha hecho Trump en su guerra contra la corrección política es liberar el insulto. Esto ha tenido su público, ciertamente. Siempre hay quien tiene ganas de desahogarse y soltar todo lo que lleva dentro. Pero el mercado de las ideas no ha mejorado nada por ello. Tantos pensadores dándole vueltas al asunto de la PC durante tanto tiempo para que al final resulte que la incorrección política no era más que la grosería de siempre.

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