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Cristina Losada

La maestra Europa castiga a EEUU

Pensará el contribuyente que la UE dedica su dinero a fomentar la democracia allí donde no existe y resulta que lo invierte en dar lecciones de derechos humanos a la principal democracia del globo.

La obsesión antiamericana, como demostraba Revel, no es una patología circunscrita a esos países donde el odio a Estados Unidos es explícito y violento. Sin quemas de banderas y efigies del Tío Sam, aunque también haya aquelarres en fechas señaladas, la enfermiza condición aqueja por igual a Europa y, en concreto, a sus elites políticas. Sólo así se entiende el dato que revelaba The Daily Telegraph y recogía The Wall Street Journal. La Comisión Europea dedica millones de euros a financiar a lobbies contrarios a la pena de muerte en Norteamérica bajo un programa destinado a promover los derechos humanos en el mundo. La burocracia bruselense no da un duro de ese proyecto para respaldar a los disidentes cubanos y, en cambio, apoya la abolición de la pena capital en los USA con más dinero del que entrega a grupos pro-democráticos en Irán o Birmania.

No hablamos de que partidos de izquierda colaboren con la causa abolicionista de la progresía americana, sino de la generosa ayuda de una institución que se quiere respetable e ideológicamente transversal, como la Comisión Europea. De ella depende el Instrumento Europeo por la Democracia y los Derechos Humanos, cuya lista de donaciones en 2009 incluye 2,6 millones de euros para la labor descrita. Uno puede estar contra la pena capital, pero actuar como si EEUU fuese uno de los países donde "se encuentran más amenazados" los derechos humanos, desborda los límites racionales y morales aceptables. A tenor de las cantidades desembolsadas, a la Comisión Europea le preocupan más las contadas ejecuciones en una democracia con Justicia independiente que las numerosísimas que se practican en países dictatoriales donde el Estado de derecho ni está ni se le espera.

Pensará el contribuyente que la UE dedica su dinero a fomentar la democracia allí donde no existe y resulta que lo invierte en dar lecciones de derechos humanos a la principal democracia del globo. Pero cómo si no podría Europa mantener su superioridad moral frente a esa salvaje América, que nunca fue fascista ni comunista y combatió contra los dos totalitarismos nacidos aquí, en nuestro suelo. ¡Eso no se perdona! Eso se premia con animadversión y desprecio. Y de tal manera que Europa, sus dirigentes, ha acabado por defender sus valores no frente a quienes los pisotean cada día –son otras culturas, un respeto– sino frente al país donde mejor ha arraigado la civilización liberal. Tanto molesta ese triunfo.

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