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Cristina Losada

La portentosa renovación del PSOE andaluz

¿Qué ha hecho el PSOE para librarse en Andalucía del zurriagazo que va a recibir en otras partes? Esa es la cuestión. No ha hecho nada.

¿Qué ha hecho el PSOE para librarse en Andalucía del zurriagazo que va a recibir en otras partes? Esa es la cuestión. No ha hecho nada.

A lo largo de estos últimos años no ha habido asunto más recurrente, y sobre el cual hubiera más consenso, que el declive de los partidos tradicionales. Se ha dicho y escrito hasta la saciedad que si el PSOE y el PP no daban muestras creíbles y contundentes de renovación se irían al tacho. Este vaticinio tiene pinta de que puede hacerse realidad a lo largo de este año, pero lo interesante siempre son las excepciones, y la más notable, de momento, se llama Andalucía. Pues el mismo PSOE al que los sondeos condenan a un descalabro monumental en las generales y en otras elecciones apenas va a sufrir menoscabo en una autonomía donde se dan todas las circunstancias para que hubiera un castigo al partido gobernante: desde altísimos índices de paro hasta tramas de corrupción escandalosas.

¿Y qué ha hecho el PSOE para librarse en Andalucía del zurriagazo que va a recibir en otras partes? Esa es la cuestión. No ha hecho nada. Nada que tenga que ver con una renovación de ideas, desde luego. Suele enmarcarse la crisis del PSOE en una crisis global de la socialdemocracia, que habría quedado ideológicamente desarbolada por la Gran Recesión, sin relato ni alternativas de ninguna clase. Será. Pero el hecho de que el Partido Socialista resista bien en Andalucía es indicativo de que no hace falta tener ideas, relato ni alternativas para sobrevivir al terremoto. Es más, ni siquiera es preciso ser drástico y ejemplarizante con la corrupción.

La única renovación que presenta el PSOE andaluz es la más visible: la persona de su dirigente y candidata, la presidenta de la Junta, Susana Díaz. De siempre se discute si en los partidos importan más las ideas que las personas o viceversa. Es una discusión que tiende a lo bizantino, porque unas y otras son prácticamente inseparables. Pero en un sistema político como el nuestro, y tantos otros en Europa, a la hora de las elecciones pesan o pesaban más los partidos, que representan unas ideas y suelen venir con currículo, que los candidatos en danza. Incluso se podía apostar a que se votaría a un partido aunque llevara como cabeza de lista (o de turco) a una lechuga: lo determinante eran las siglas.

Con las viejas siglas de capa caída, ha sonado la hora no de las nuevas ideas, ¡eso nunca!, sino de las nuevas personas. Así, un partido de toda la vida, y que lleva toda la vida gobernando, como el PSOE andaluz, puede salvar el pellejo con un mero retoque en la fachada. No son buenas noticias, me temo. Sobre todo cuando esa misma operación a escala nacional no rinde el mismo fruto: Pedro Sánchez no acaba de remontar. Se viene reclamando a los partidos tradicionales una profunda renovación, de ideas, de personas y de todo, pero el caso de Andalucía, y seguramente otros, va a mostrar la escasa hondura de ese deseo de cambio que supuestamente recorre España.

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