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Cristina Losada

La segunda fila del PP y el tapón

Puede que Rajoy quiera librar hasta el final la batalla por la Moncloa, pero su mesnada está igual de motivada o más.

Se piensa o se dice, y no tiene por qué coincidir lo uno con lo otro, que si desapareciera Rajoy del liderazgo del PP este partido consentiría un Gobierno basado en el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos o alguna otra fórmula por el estilo. A mí, sin embargo, la idea de que Rajoy es el tapón que impide abrir la botella y brindar por los pactos me parece muy optimista.

Es verdad que en los partidos, en el PP en concreto, los líderes tienen mucho poder, esto es, demasiado, y que todo cuanto hace el partido semeja emanar del Gran Líder en exclusiva. Más que dirigentes son caudillos, no necesariamente carismáticos, de cuya voluntad y capricho dependen las decisiones políticas y, lo que es más importante, el reparto del poder: quiénes forman parte del equipo dirigente y quiénes no, y quiénes acceden a los puestos y cargos públicos que el partido tiene en su mano distribuir.

La cantidad de cargos que reparte un partido político en España es muy notable. Esa cantidad se multiplica cuando el partido está en el Gobierno. Hay democracias en Europa, las nórdicas son el ejemplo, en las que un cambio de Gobierno supone poco más que un cambio de ministros. España no pertenece a ese club. No estamos en los tiempos de la Restauración, cuando cambiaban hasta los conserjes, igual, por cierto, que sucedía en la época en otros países: en Estados Unidos, el spoils system llegó a su apogeo con el presidente Andrew Jackson, que despidió incluso a los carteros para poner a los amiguetes. No estamos ahí, pero los cargos de confianza todavía son muy numerosos, y sus ocupantes cambian cada vez que cambia el Gobierno.

¿Qué tiene que ver esta circunstancia con la resistencia del PP a retirarse de la pugna por formar Gobierno? Mucho. El propio PP sostiene que su posición obedece únicamente al mandato electoral, a que ha sido el partido más votado y como tal tiene un derecho natural a presidir el nuevo Gobierno. Bien. Tiene todo el derecho del mundo a intentarlo, pero sin aliados no puede hacerlo. Uno se eternizaría en esa discusión y el asunto que traigo es otro. Es la pregunta de si en la persona de Rajoy, en su apego al sillón o al liderazgo, reside la única explicación de que el PP prefiera una repetición de las elecciones antes que aceptar que gobierne una "coalición de perdedores".

Puede que Rajoy quiera librar hasta el final la batalla por la Moncloa, pero su mesnada está igual de motivada o más. En la segunda línea del partido hay decenas y decenas de personas cuyo destino pende de ese hilo. Para ellas, ceder el paso a un Gobierno que no lidere o no incluya al PP significa dejar los puestos y cargos en los que están y, sobre todo, olvidarse de los que aspiran a ocupar. Tal vez admitan que las posibilidades de formar Gobierno no serán mucho mayores después de nuevas elecciones, pero ¿y si la flauta suena por casualidad?

Nadie está en condiciones de asegurar a día de hoy que el PP vaya a mejorar sus resultados. Tampoco que vaya a empeorarlos. Lo mismo vale para los demás. Pero cualquier variación modificará las posiciones relativas de los partidos y, por tanto, el escenario de los pactos. La expectativa de mejorar los resultados propios, de que empeoren las de los adversarios, es un pájaro volando, sí, pero más atractivo que el pájaro en mano de pasar a la oposición. Para la segunda fila del PP, lo único seguro es que permitir ahora un gobierno PSOE-C’s significa cero beneficios a corto plazo. Aunque el líder quisiera dejarlo, su mesnada presionaría para que no lo hiciera. Hay tal dependencia mutua, que el jefe sólo se protegerá de movimientos internos en su contra haciendo piña con los suyos. Hay, en definitiva, muchas manos sujetando ese tapón. Por eso no será nada fácil descorchar la botella de los pactos.

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