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Cristina Losada

La tribu contra el hechicero ZP

El ruido de un motín contra Zapatero no puede hacer olvidar que el presidente no es el único responsable. Tal parece, sin embargo, la pretensión de quienes hoy reniegan de él y ayer le aplaudían y obedecían, ciegos voluntarios a las consecuencias.

Tras el indigno espectáculo del vasallaje, llega el carnaval de los conatos de rebelión. A las disidencias otoñales que surgen en el partido del Gobierno se les puede aplicar una observación del doctor Johnson: "El patriotismo no es forzosamente un atributo de la rebeldía. Un hombre puede odiar a su rey y, sin embargo, no amar a su país". El rey del mambo, indiscutible e indiscutido, era Zapatero. Sus cohortes le sostuvieron hiciera lo que hiciera. Con disciplina partitocrática consintieron sus aventuras más peligrosas. Episodios y procesos de alto coste y mayor riesgo transcurrieron sin suscitar censura. Si se alzó alguna voz contraria fue en los cenáculos, no en la escena pública. El interés general no figuraba entre las preocupaciones de sus apparatchik, diputados y barones. Ahora tampoco.

Es natural, dada la traumática experiencia, que no pocos se alegren de la revuelta contra el rey absoluto que se cuece a fuego lento en el PSOE. Pero, bien mirado, no hay motivos para celebrar que un partido sólo reaccione –y levemente– cuando ve asomar las orejas a la debacle electoral. No seremos ingenuos. Perder el Gobierno es, aquí y en Lima, el gran revulsivo. Cosa distinta es que debamos aceptar que sea el único. Significaría dar por inevitable –y justificada– la ausencia de cualquier motivación que vaya más allá de asegurar la cuota de poder acostumbrada. Supondría, en fin, que de los cuadros de un partido únicamente esperamos el movimiento de las ratas. Abandonan el barco cuando se hunde, aunque hasta ese instante se comportan como sanguijuelas. Será la realidad, pero conviene modificarla.

El ruido de un motín contra Zapatero no puede hacer olvidar que el presidente no es el único responsable. Tal parece, sin embargo, la pretensión de quienes hoy reniegan de él y ayer le aplaudían y obedecían, ciegos voluntarios a las consecuencias. Ninguna personalidad influyente, ningún grupo de notables, quisieron frenarle cuando más necesario era hacerlo. Obraba la magia de ganar elecciones y el partido, como la tribu, adoraba a su hechicero. Desposeído de aquellos poderes, el chamán bien puede acabar en la hoguera. Aunque la partitocracia no sólo vuelve intocables a los que ganan, sino también, y como muestra valga el PP, a los que pierden. Quizá asistamos al entierro político de Zapatero oficiado por sus propios pares, pero cualquiera se fía de ellos.

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