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Cristina Losada

La violencia funciona

El gran problema de la democracia española es éste. La actitud ante la violencia. En concreto, ante la violencia política. Más aún, ante la violencia política de izquierdas. 

El gran problema de la democracia española es éste. La actitud ante la violencia. En concreto, ante la violencia política. Más aún, ante la violencia política de izquierdas. 
Disturbios tras la detención del delincuente Pablo Hasel. | EFE

Ahí estamos, otra vez. En el mismo sitio de siempre. Con el papel de fumar y la violencia o viceversa. A ver quién condena y quién no los disturbios. Porque hay quien no, como siempre. Una vez más, el gran temblor político ante la violencia en las calles. El gran escaqueo. O, directamente, la reivindicación de las conductas violentas. Por supuesto, todo depende del quién. No es la conducta, sino los conducidos. En la república francesa, si hay disturbios sale el ministro del Interior y apoya a las fuerzas del orden. Aquí no hay ministro que salga y el de Interior, menos. El presidente no está para estas minucias. El vicepresidente está a favor. El gran problema de la democracia española es éste. La actitud ante la violencia. En concreto, ante la violencia política. Más aún, ante la violencia política de izquierdas. 

Décadas de terrorismo lo mostraron. Tal vez por eso hubo décadas de terrorismo. La violencia terrorista tenía apoyos, tenía quiénes la justificaban y tenía beneficiarios. Es tremendo cuánto tardó en forjarse una repulsa mayoritaria clara. Aun así, incompleta: ahí están los herederos, campantes y desafiantes. Como entonces, como en cada ocasión, los mismos lugares comunes sirven de refugio, bien al abrigo de la ambigüedad. ¿Qué es eso de condenar la violencia “venga de donde venga”, cuando viene de donde viene? Pues eso es no condenarla. Es echarle un cable. Es mantener el vínculo no ya con los que la ejercen, sino con aquellos, muchos más, que viendo el espectáculo de la violencia, creen ver, siempre a buen recaudo, el espectáculo de alguna especie de revolución.  

La violencia política, según quién la ejerza, se justifica, se condona y funciona. De qué, si no, habría tanta. Funciona en muchos sentidos. Ahora mismo, por ejemplo, todo el mundo está pendiente de los vándalos. El Gobierno va a hacer lo que exigen. Nadie le dará la espalda por eso, salvo la gente de orden. Y esa ya le había dado la espalda u olvidará este episodio, uno de tantos. Ante este tipo de violencia, la actitud de muchos no es: que los detengan y paguen por lo que han  hecho, y que paguen en las urnas quienes los defienden. La actitud de muchos es: dadles lo que piden para que paren. Ya lo hemos visto. En ocasiones más graves.   

A quien seguro le funciona es a Podemos. Estos días de disturbios, Iglesias está ganando votos. No será el genio que cree que es, pero conoce a su base electoral. El problema de Podemos era desdibujarse en el Gobierno, pasar por un apoltronado más. Con lo de Hasel, se ha podido poner otra vez la careta antisistema. Sin esa careta no son nada. Se las prometía muy felices Sánchez después de las elecciones catalanas, y ahí lo tienen, fuera de onda. Le han cambiado el tablero delante de sus narices.   

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