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Cristina Losada

Lecciones de Dinamarca

Si, por fin, un día de estos, hace algo para contrarrestar la propaganda separatista, hasta puede que le aplaudan. Y además será útil.

Si, por fin, un día de estos, hace algo para contrarrestar la propaganda separatista, hasta puede que le aplaudan. Y además será útil.
Carles Puigdemont y Marlene Wind | EFE

Hace dos meses y medio, el separatismo catalán trasladó parte de sus operaciones a Bélgica y surgió una oportunidad. No sólo empezó un enredo judicial, ni sólo un lío, que diría el presidente Rajoy. La presencia separatista en la capital de la Unión Europea era también una ocasión que España podía aprovechar. ¿Para qué? Muy sencillo. Para hacer llegar a una opinión pública europea, que estaba parcial o sesgadamente informada sobre lo que acababa de suceder en Cataluña, algunas explicaciones sobre la naturaleza del proyecto separatista. Más aún, y más europeamente: para mostrar que tanto ese proyecto como la ideología que lo sustenta, igual que la vía insurreccional que adoptó, son incompatibles con principios básicos de la Unión.

Bien. O sea, mal. Porque esa oportunidad no la aprovechó el Gobierno de España. No ha estado presente en el terreno de creación de la opinión pública, pese a que es ahí donde trabaja el separatismo a fin de generar presión para una internacionalización del conflicto. Le parece sobradamente suficiente que no haya un solo apoyo gubernamental en Europa al independentismo catalán, y ya está. Pero la ausencia de iniciativas impulsadas por el Gobierno español en el campo de la batalla del relato a nivel europeo e internacional ha tenido una consecuencia interna, que seguramente no es ajena a la caída de popularidad del partido gubernamental.

Esa ausencia ha frustrado a muchos ciudadanos españoles. Hemos visto que las falsedades del separatismo y sus ataques a España y a su democracia, siempre con el fantasma de Franco a cuestas, encontraban amplio eco en los medios y entre las clases ilustradas de otros países. Y hemos visto, a la vez, que apenas encontraban réplica ni contrapeso. Cierto, esos medios y esas clases ilustradas tendrían que informarse mejor sin ayuda de nadie, que para eso son mayorcitos. Pero las cosas son como son. Si no estás en la arena contrarrestando la propaganda, le dejas vía libre. Y el riesgo de dejar esa vía libre es muy alto cuando la apuesta del separatismo catalán pasa por forzar, en el futuro, algún tipo de intervención exterior.

La oportunidad que no aprovecha el Gobierno quedó patente el otro día en Copenhague. Allí dos profesores confrontaron a Puigdemont con unas cuantas verdades incómodas. Las preguntas provocadoras que le hizo Marlene Wind, directora del Centro de Política Europea, la convirtieron de inmediato en una celebridad en España. Habituados a que se crean a pies juntillas los cuentos –y las cuentas– del independentismo catalán por el mundo adelante, fue una sorpresa agradable ver que un par de profesores daneses estaban entre los incrédulos y le daban un repaso al argumentario separatista, y al prófugo. En lo mejor de su intervención, Wind expuso el peligro que representa para la Unión Europa un proyecto que implica la creación de naciones étnica o identitariamente puras. Porque, en efecto, si la nación de los nacionalistas se impone a la nación de ciudadanos, la Unión, que se construyó contra el nacionalismo, se acaba.

En la barra de bar de las redes se vitoreó a Wind y se lamentó que nadie en España le hubiera dicho nunca algo así a Puigdemont a la cara. ¡Tienen que ser unos daneses!, se clamó. ¿Donde están los periodistas y los profesores españoles? Un momento. No caigamos en el autodesprecio. Periodistas, profesores e intelectuales españoles hemos dado cumplida cuenta de las falsedades y amenazas del secesionismo, y, desde que se vio venir el golpe de octubre, creo que no exagero al decir que pusimos toda la carne en el asador. Es verdad que no ha habido debates como el de la Universidad de Copenhague. Pero ¿hubieran aceptado los dirigentes separatistas? Lo dudo mucho. Han evitado exponerse a entornos que no son favorables.

El entorno ideal de los separatistas catalanes es el modelo TV3, donde el debate tipo es de siete independentistas, incluido el supuesto moderador, contra uno. Por no exponerse –al ridículo, supongo–, el prófugo ni siquiera quiso ir al debate del Senado sobre el 155. Sospecho que fue al acto en la capital danesa porque no esperaba que allí los profesores actuaran como profesores, y no como turiferarios. Pero hay que extraer una lección del movido episodio danés de Puigdemont. Le conviene extraerla al Gobierno. Si, por fin, un día de estos, hace algo para contrarrestar la propaganda separatista, hasta puede que le aplaudan. Y además será útil.

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