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Personas que yo tenía por inteligentes han dicho que hay que celebrar la tregua de ETA en Cataluña porque, a fin de cuentas, significa que allí no habrá asesinatos. Debe alegrarnos, dicen, que ETA no quiera matar tanto, que se contenga aunque sólo sea en una porción de territorio. Dicen más: que si vamos sumando trocitos así, tendremos al final lo que queremos, una España sin terrorismo. El presidente extremeño se ha unido a estas voces y ha descubierto una interesante paradoja: que la inteligente estrategia de ir consiguiendo que la ETA nos perdone la vida a plazos, la está aplicando un “tonto”, con lo que imagínense cómo nos iría si fuera un listo el que le diera lecciones de geografía a la banda.
 
Pero no hace falta ser muy listo para saber cómo hacerse perdonar la vida por ETA. La banda terrorista ha eximido siempre a unos y ha asesinado siempre a otros. Para librarse de su amenaza ha bastado, en el País Vasco, con incorporarse a las filas nacionalistas e independentistas, renegar de España y de los partidos constitucionalistas, ignorar, despreciar u ofender a los amenazados y a los familiares de las víctimas, y pagar también en metálico, si se le pide, la póliza de ese seguro de vida. La tregua en Cataluña es una aplicación del mismo principio: dividir a los ciudadanos entre los que pueden morir y los que no. Y por eso, muchos catalanes se han sentido indignados.
 
De las tesis de quienes yo creía inteligentes, se infiere que los vascos y los catalanes que rechazan que una banda de asesinos les perdone la vida, son tontos que arriesgan el pellejo sin necesidad. Que tontos han sido los que ya cayeron asesinados por no renunciar a su libertad y a su dignidad. Que son tontos todos, porque si no hubieran pensado que lo único que se debe aceptar de ETA es su rendición incondicional y que bajo ningún concepto aceptarían la tutela de los pistoleros, que es lo que significa pasar al pelotón de los “salvados”, estarían vivos los muertos y libres del acecho criminal los vivos.
 
Pero los listos piensan que la póliza ha bajado tanto que merece la pena suscribirla. Que ETA está tan débil que aceptará acogernos en el seguro gratis, que nada perderemos ni nada pagaremos por convertir toda España en un protectorado suyo. ¿Acaso no tiene ya lo de Cataluña sus ventajas? Carod ha prometido convertirla en “tierra de asilo” para “todos los demócratas perseguidos”, aunque no es seguro que estuviera pensando en los exiliados del País Vasco. La llegada de casi doscientos mil constitucionalistas, poco amigos del nacionalismo, iba a agitar en demasía las arenas del oasis. Y Carod, pese a lo que cree Ibarra, mira bien por sus propios intereses. No es él el tonto de la historia.
 
La operación de sumar treguas y santuarios, sin entrar ya en su valoración ética y política, parece un poco difícil que saliera de balde, incluso para el tío listo que Ibarra enviaría a hablar con los pistoleros. Lo que sabemos con cierta seguridad es que si un día España dejara de ser España, se fragmentara en estados “autodeterminados”, unos étnicamente puros, todos políticamente monocordes, bajo la férula de los nacionalistas, ETA tendría pocos motivos para matar allí: su enemigo exterior habría desaparecido y se dedicaría a los interiores. La geografía, como bien escribió Carod hace años, es en este negocio esencial. Por eso dialogan con los terroristas quienes comparten una visión parecida del mapa.

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