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Cristina Losada

Los intestinos del trato

Entonces había que creer a los terroristas y los no creyentes eran escoria: mala gente que no deseaba el final de la violencia, ¡que quería que hubiera más muertos! Ahora, sin embargo, los criminales son mentirosos.

Parapetado tras dos principios respetables, que ha incumplido con tesón, el Gobierno quiere sacudirse el enojoso asunto de las actas incautadas a ETA sobre el episodio del Faisán. No es para menos. La exclusiva del diario El Mundo presenta a los enviados de Zapatero tan servil como intensamente dispuestos a contentar a los criminales. De todo les ofrecen a fin de apaciguarlos, igual que los aldeanos atemorizados por monstruos insaciables en fábulas y cuentos, y nunca jamás dicen basta. Ni honor ni orgullo, ya perdidos de antemano al acceder a tal descenso, a ese chalaneo en el que parten humillados tras reconocer que el asesino tiene la sartén por el mango. Aunque en el yermo moral que reflejan los papeles, sobresale el impúdico cinismo de quienes no conocen ley ni justicia que no puedan ser vulneradas y torcidas. Al punto de que cuando, por un mal azar, no es posible alterar su curso, ofrendan cabezas cortadas y enemigos a los que habrá que dar un tajo. Así son los intestinos del trato.

No veracidad, no publicidad. Tras esos burladeros se han refugiado el secretario de Estado de Interior, Antonio Camacho, y el Gobierno en pleno, por tanto. No comment, pues, ya que no se puede dar credibilidad a una banda terrorista ni publicidad a sus notas ni comunicados. Qué tardía y oportunamente recuerdan esas elementales normas. Lástima que Zapatero, sus ministros y su partido las violaran una tras otra. Tanta veracidad confirieron a la palabra de la ETA y tanta publicidad le concedieron, que el propio presidente glosó, jubiloso, aquel comunicado de tregua y, con las campanas de la paz, verificó el "alto el fuego" y el engaño a la opinión pública. Entonces, había que creer a los terroristas y los no creyentes eran escoria: mala gente que no deseaba el final de la violencia, ¡que quería que hubiera más muertos! Ahora, sin embargo, los criminales son mentirosos. Claro. Por más que un tópico absurdo predique que "nunca mienten". Pero el atolladero del Gobierno se erige sobre las mentiras propias.

Desde el atentado de la T-4, los socialistas asumieron el papel de una caperucita que se encontró, de repente, sorprendida, con las garras, los dientes y la ferocidad del lobo. Quién nos iba a decir que eran tan malos. Pero su conducta, su decidido asalto al Estado de Derecho en beneficio de la negociación con ETA, desmiente la inocencia. Esas actas publicadas no desmienten, en cambio, los actos y los hechos vergonzosos.

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