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Cristina Losada

Los mandamientos, según ZP

Traducido a lenguaje profano, lo que acaban de ordenar las tablas de la ley zapaterinas es que no se hable de su negociación con la banda de aquí a los comicios.

Zapatero, cual émulo de Moisés, apareció en la Pascua Militar con su propia tabla de  mandamientos. El presidente, a la vez que fustiga a los católicos, adopta su lenguaje. Déjenlo un poco más y acabará como el pobre Augusto Comte, dictando las sagradas escrituras de su particular religión, señalando fiestas, santos, sacramentos y, sobre todo, designándose Sumo Pontífice. Pero quede esto para el análisis psicológico y vayamos al que nos ocupa, que es el político. En un corrillo de periodistas a falta o en lugar de los discípulos, ha sentenciado que el “primer mandamiento” reza que “no usarás el terrorismo en la confrontación política”. Lo dice el líder de un partido que instrumentalizó el mayor atentado terrorista de nuestra historia a sólo tres días de unas elecciones. Y el que ha incumplido  todos los compromisos relevantes de un pacto contra el terrorismo que él mismo propuso y que firmaría un 8 de diciembre.
 
Eran diez los puntos del acuerdo suscrito en el 2000, pero Zapatero se queda en el primero.  Ha infringido el Pacto en su totalidad,  desde el preámbulo que invoca el Estatuto de Guernica hasta esa línea del punto octavo donde se dice que “ETA debe perder toda esperanza”. Al tiempo que estampaba su firma en el papel, autorizaba los contactos entre ciertos socialistas vascos y el entorno de la banda. La liquidación por la vía de los hechos del Pacto Antiterrorista ha sido implacable, pero solapada. Nunca reconoció que lo rompía. No es su estilo. Su estilo es  exigir al otro firmante que siga fiel a un acuerdo que él ha hecho trizas, y en particular, al único punto que le resulta útil. Traducido a lenguaje profano, lo que  acaban de ordenar las tablas de la ley zapaterinas  es que no se hable de su negociación con la banda de aquí a los comicios.
 
Un  tabú y una conspiración del silencio, que dirían en Público si fiscalizaran al Gobierno. Pretende excluir del debate electoral una estrategia hacia el terrorismo situada en los antípodas de la que rubricó hace siete años. La vía del apaciguamiento se ha saldado con un fracaso visible no sólo en atentados y asesinatos, sino también en el fortalecimiento político de las huestes etarras y en la aceleración de las dinámicas secesionistas. Para enterrar ese balance en la oscuridad, se apela al consenso. La cuestión se desplaza de lo esencial a lo accesorio. De la discusión sobre lo que ha hecho y piensa hacer el partido de Z, a la reyerta sobre quién y cómo ha utilizado el terrorismo. Antes  presionaban para que todos los partidos se uncieran al yugo de la negociación política con los delincuentes. Ahora requieren de quienes declinaron el deshonor que les ayuden a silenciar las consecuencias. Siempre en aras del bendito consenso.
 
Por nada del mundo quiere hablar ya Zapatero de la que fuera su principal apuesta; del proceso de paz que iba a llevarle en volandas a las urnas de marzo, y victorioso. Únicamente ha reconocido equivocación en el pronóstico, que  no en la política. Según los bienpensantes, ha rectificado de facto. Vale, pero ¿hasta cuándo? No hay ciertamente garantías. No las daría tampoco una declaración explícita. Z tiene en su haber un sinfín de compromisos rotos y cintura para decir una cosa y hacer la contraria. La renovada actuación policial contra ETA y la eventual ilegalización de ANV hay que examinarlas a la luz  de las palabras que Tancredi, el sobrino de don Fabrizio  en El Gatopardo,  le dice a su tío antes de partir: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Ése es, en realidad,  el mandamiento.

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