En la constante búsqueda de claves que permitan explicar por qué unos países han gestionado mejor la pandemia que otros, se ha dicho que una de ellas es el liderazgo femenino. La lista de casos que lo probarían es conocida: Alemania, Noruega, Dinamarca, Islandia, Nueva Zelanda y Taiwán. Una lista que está muy bien elegida –demasiado bien elegida– para demostrar la tesis en cuestión. El problema de este tipo de listas y este tipo de claves es, naturalmente, todo lo que dejan fuera. Son todos los factores y todas las comparaciones que quedan sin considerar. Basta pensar que con el mismo listado de países es posible sostener que la clave explicativa es que todos (menos uno) tienen Gobiernos de coalición o su equivalente, un Gobierno en minoría.
¿Será el Gobierno de coalición el secreto de la mejor gestión de la epidemia en cinco de esos seis países? Quizá en alguno. Tal vez haya contribuido. Aunque para establecer una especie de ley universal no es suficiente un quizá. Es más, tendremos que incluir en nuestros cálculos a todos los demás países con Gobiernos de coalición donde la gestión de la epidemia ha dejado mucho que desear. Claro que nos vendría mucho mejor ignorarlos, porque nos echan abajo la bonita idea de que la coalición es el secreto del éxito, pero si los ignoramos estamos cometiendo un error o haciendo trampas. Y la tesis de que la clave es el liderazgo femenino no sólo deja fuera a la otra docena y pico de países del mundo con mujeres al frente del Gobierno, también elude los casos que desbaratan el argumento. Como el de Bélgica, donde el factor benéfico que representaría tener una primera ministra no ha impedido una elevada mortalidad.
Puestos a buscar claves, no se puede desdeñar el hecho de que tres de los seis países son islas. Lo es también el Reino Unido, y la epidemia lo arrolló, pero el flujo de viajeros que tiene sólo su capital es incomparable con los de Reikiavik o Wellington. Tampoco hay que minusvalorar que la estrategia frente al virus en Taiwán la dirigió un vicepresidente que es epidemiólogo (y acaba de dejar el Gobierno para reincorporarse a su profesión). Conviene tener en cuenta que la formación científica de Merkel ha representado una ventaja a la hora de tomar y explicar las decisiones. O que la capacidad productiva de Alemania y la diversidad de sus instituciones científicas fueron muy útiles para poder disponer rápidamente de una gran cantidad de tests de diagnóstico. Podríamos seguir. Hay muchas explicaciones alternativas a la de que las primeras ministras lo hacen mejor que los primeros ministros.
Hace tiempo que circula la idea de que las mujeres gobiernan más acertadamente que los hombres. Como en un movimiento pendular, se ha pasado de pensar que eran peores como gobernantes y líderes políticas a pensar lo opuesto. Lo opuesto, en apariencia, porque en uno y otro caso la premisa es similar. Es la premisa de que hay diferencias prácticamente insalvables, y que ser mujer o ser hombre predisponen a actuar de cierta manera, y no de otra, en el Gobierno y en la política.
Habrá quien crea en las bondades intrínsecas del liderazgo femenino. Habrá quien crea en las bondades del liderazgo femenino, siempre que la mujer que lo ocupe sea de su mismo credo político, y nunca cuando es del contrario. Mi impresión es que no hay diferencias sustanciales entre mujeres y hombres cuando están en el poder que vengan determinadas por el hecho de ser mujeres y hombres. Pero tampoco voy a hacer casus belli de esto. Sólo lo haré de un pequeño detalle: lo ocurrido en esta epidemia no sirve ni para sustentar ni para rebatir que el liderazgo de una mujer garantice una mejor gestión. Las respuestas a la pregunta de por qué unos países lo han hecho mejor que otros son menos sencillas y concluyentes de lo que querríamos. No existe, singular, la clave. Ni de género ni de ninguna otra clase.