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Cristina Losada

Ni premio ni castigo

Lo más probable es que estas elecciones no digan nada sobre la crisis del coronavirus.

Lo más probable es que estas elecciones no digan nada sobre la crisis del coronavirus.
Un colegio electoral gallego | EFE

Las autonómicas de Galicia y el País Vasco son las primeras elecciones que tienen lugar durante la epidemia y, como son las primeras, sus resultados van a tomarse como un juicio político sobre esta crisis. Se espera que den alguna noticia importante sobre cómo valoran los ciudadanos la gestión de la epidemia realizada por los gobernantes, y algún dictamen sobre la conducta de cada partido, dictamen que se proyectará al plano nacional. Los impacientes por saber cómo afecta la crisis del virus al voto los transformarán, raudos, en pronóstico de futuras tendencias electorales. Grandes nuevas y prodigios se esperan, por tanto, de las urnas gallegas y vascas, y tal expectativa promete una buena secuencia de errores de interpretación. Porque lo más probable es que estas elecciones no digan nada sobre la crisis del coronavirus.

Otra cosa sería si las dos comunidades hubieran estado en el epicentro de la epidemia, como Madrid y Cataluña, pero están entre las que han tenido menor incidencia. Aunque la razón fundamental es otra. Si algo caracteriza electoralmente a las dos regiones que van a las urnas el domingo es la hegemonía asentada de un partido político en cada una de ellas, y ese tipo de hegemonía ofrece gran impermeabilidad a coyunturas y sucesos. De las urnas gallegas y vascas no va a salir un pronunciamiento específico sobre la gestión del coronavirus allí o fuera, porque en el orden de las hegemonías asentadas no importa tanto lo último que haya ocurrido, por grave que sea. Ahí los ciclos políticos son más largos y hasta tienden a eternizarse.

Una hegemonía estable y duradera no se funda en el entusiasmo, tan efímero él, sino en la conveniencia y en el escepticismo respecto a las alternativas. Por eso resiste mejor. Resiste en exceso, al punto de que repele incluso pequeños cambios que serían útiles para corregir los vicios asociados a las estancias prolongadas en el poder de un partido. No hablamos, obviamente, de un tejido indestructible, pero para que rompa hace falta que aparezca algún cisne negro. Y en los casos gallego y vasco no tiene pinta de que la epidemia vaya a ser esa rara avis cuyo impacto pulveriza el orden establecido. La única rareza que puede incorporar el virus a estas elecciones se encarnaría en la anodina forma de una abstención. Sería, digamos, un cisne gris. Claro que si tiene suficiente envergadura y selecciona mucho dónde aparece causará el mismo trastorno que el otro.

Las elecciones gallegas y vascas se querrán ver como un reparto de premios y castigos por la gestión de la epidemia, y tanto en cada autonomía como a nivel nacional. Será tentador presentar una cuarta mayoría absoluta de Feijóo como un premio a la actuación del PP nacional durante esta crisis, como lo sería presentar un buen resultado contra pronóstico de los socialistas gallegos como un aval a la gestión de Sánchez. La dinámica –o estática, según se mire– en esas y en otras comunidades no va por ahí. Pero el que quiera engañarse se engañará.

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