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Cristina Losada

No crezcas nunca

Que la escuela haya dejado de ser un lugar para la transmisión de conocimientos, que en ella ya no se aprenda a leer y a escribir correctamente y, por tanto, tampoco a hablar y a pensar, es consecuencia de las concepciones pedagógicas del Mayo del 68.

Álvaro Vermoet me envía una invitación para un acto de despedida. "Adiós mayo del 68" es el título (optimista) bajo el cual UDE (Unión Democrática de Estudiantes) y Nuevas Generaciones de Madrid "convocan a la ruptura con el espíritu del Mayo francés". La voluntad de los organizadores de romper con tal espíritu queda patente en el día y la hora que han elegido. El sábado, 13, a las diez de la mañana. Un día y una hora en que los troncos y troncas estarán estudiando si coronan el rollo con bombo o con koko, tal como enseña el último manual alumbrado por la pedagogía socialista: ese anuncio del ministerio de Sanidad, que representa el destilado –no final, pues el proceso no ha acabado– de los fermentos del sesentayochismo que han resultado más duraderos.

Que perdurasen no quiere decir, desde luego, que fueran los mejores. Al contrario. Aún reconociendo que en el ánimo primigenio del mayo aquel, y de sus precedentes en los Estados Unidos, había un impulso antiautoritario y libertario digno de interés, y hasta de encomio, hay que plegarse a la evidencia de la nocividad de sus secuelas, particularmente visibles en la enseñanza. Que la escuela haya dejado de ser un lugar para la transmisión de conocimientos, que en ella ya no se aprenda a leer y a escribir correctamente y, por tanto, tampoco a hablar y a pensar, es consecuencia de las concepciones pedagógicas que entonces fueron abrazadas y que todavía inspiran la política educativa de gobiernos como el de España.

Pero hay un rasgo inseparable del magma ideológico que daría lugar a ese tremendo deterioro de la enseñanza y la cultura que ha producido ya un par de generaciones de analfabetos funcionales. El rechazo al esfuerzo y al mérito, y el repudio de la excelencia, entroncan con la abolición de la responsabilidad individual. La adolescencia, etapa en la que solía realizarse el grueso del aprendizaje en esa materia, ha dejado de ser el tránsito hacia la madurez para convertirse en una prolongación de la infancia; de una infancia irresponsable y con vocación de perpetuidad.

El anuncio del Ministerio que encabeza el señor del currículo tuneado guarda coherencia con esos rasgos. Y es, ala vez, consecuencia y causa de ellos. Trata, se supone, de poner coto a la irresponsabilidad con que algunos adolescentes mantienen relaciones sexuales, pero al tiempo los trata como a niños incapaces de entender el lenguaje de los mayores. No sé si puede atribuirse a las ondas de Mayo la entronización del joven como rey del mundo, pero si sé que hay adultos (y gobiernos) que estimulan que los adolescentes no lleguen a crecer nunca.

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