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Cristina Losada

Nosotros y el terrorismo, a la luz de París

La sociedad francesa sí parece entender lo que está en juego.

La sociedad francesa sí parece entender lo que está en juego.

La masacre en Charlie Hebdo ha abierto entre nosotros, al igual que en otros países, un debate sobre la libertad de expresión y otro, relacionado, sobre la compatibilidad del islam y la cultura política occidental. Sin embargo, se ha escrito y hablado mucho menos sobre un asunto que debería haber puesto en nuestra agenda lo sucedido tras los atentados en París: la reacción de una sociedad frente a un ataque terrorista.

A la vista de la manifestación multitudinaria el domingo, de la sesión especial de la Asamblea Nacional, de las colas para comprar el nuevo número de Charlie Hebdo, cuya tirada de 3 millones de ejemplares se agotó a las pocas horas, es posible deducir que muchos, muchísimos ciudadanos franceses entienden que el ataque mortal contra los redactores y empleados de una publicación satírica no sólo es vil y rechazable por los asesinatos en sí, sino que también debe ser contestado como un ataque contra la libertad, y muy en concreto contra su libertad.

Ese ataque a la libertad, a la libertad de cada ciudadano, es lo que hace específico al terrorismo y lo distingue de otros tipos de criminalidad. Recuerdo haberle oído hace años a una directora de cine española que no entendía por qué se le daba tanta importancia al terrorismo de ETA, cuando había más gente que moría en accidentes de tráfico que por las balas y bombas de la banda. Este discurso, digamos, no era infrecuente entre esa clase –y otras– de intelectuales. Puede que no entendieran que ETA asesinaba o pretendía asesinar la libertad, y puede que, además, entendieran otras cosas: que posicionarse contra ETA era de derechas y de fachas, y, añadido a ese baldón, que entrañaba riesgos.

Después de la manifestación en París y de otras que se hicieron en varias capitales europeas, Luis Prados se preguntaba en un artículo muy difundido en las redes sociales cómo es que nadie, ninguna institución, fuerza política u organización de la sociedad civil había llamado a hacer algo equivalente en España, más allá de las pequeñas concentraciones de los residentes franceses, la comunidad musulmana en Madrid y una asociación de dibujantes en La Coruña. Que no hubiera tal convocatoria no quiere decir que los españoles no rechazaran los atentados de París, pero esa falta resultaba extraña en un país tan dado a las manifestaciones como éste. Como recordaba el autor, se había producido incluso una masiva y espontánea reacción contra el sacrificio de Excalibur, el perro de la enfermera contagiada de ébola.

¿Qué podía sujetar a gentes tan dadas a manifestarse para que no lo hicieran después de un ataque que otros europeos, aparte de los franceses, vieron como un ataque que les afectaba, como un ataque a su libertad? Es un lugar común decir que la sociedad española ha mostrado muchas veces masivamente su rechazo al terrorismo, y no es incierto. Costó tiempo, eso sí. Quien quiera ver cómo eran las cosas en el pasado, acuda a la película 1980 de Iñaki Arteta. Aunque no es preciso irse tan lejos. Hace diez años, una parte de la sociedad española reaccionó ante la masacre del 11-M culpando al gobierno del atentado, y hasta consideró que la autoría de la misma era esencial para decidir su voto en unas elecciones. No sabemos qué hubiera pasado en Francia ante una matanza de tales dimensiones, pero sabemos qué sucedió en Estados Unidos después del 11-S. Y también sabemos qué se hizo en España como respuesta. Lo contó Julia Escobar, que hace un par de días puso en las redes el artículo que escribió entonces, el 21 de septiembre de 2001. Estos eran sus dos escalofriantes apuntes de ambiente:

La concentración de ayer en la Puerta del Sol "en favor" de la víctimas de las Torres Gemelas ha sido una vergüenza. No sólo por la tibieza de las palabras oficiales de repulsa, sino por la escasa aunque mayoritariamente hostil respuesta popular: no sé cuántas personas estábamos allí concentradas, pero se podía circular perfectamente y había más gente en las calles comerciales aledañas que en la propia plaza y, lo que es peor, la mayoría no fue a solidarizarse con las víctimas, ni a llorarlas, sino a expresar su odio por las mismas (…)

Unos pocos americanos miraban desolados a su alrededor; algunos se marcharon no sin haber preguntado si la manifestación era a favor o en contra y una joven pareja, de origen hispano, ocultaba atemorizada y al borde de las lágrimas un cartel que rezaba más o menos así: "España llora a las víctimas del pueblo americano ". ¿España? Lo dudo.

Prefiero no pensar que algo así pudiera suceder de haberse convocado una manifestación contra los ataques terroristas en París. Seguramente no, porque no habría despertado de su letargo a la obsesión antiamericana. Pero la cuestión importante es si, además de rechazar los asesinatos perpetrados por los terroristas, una sociedad entiende qué es lo que está en juego y está dispuesta a defender la libertad. En Francia, yo diría que sí.

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