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Cristina Losada

N.P.I.

La cuestión es que no hay modo de acometer un debate de ideas con el adversario si uno mismo carece de ellas. Tampoco, desde luego, si no las tiene medianamente claras. Y menos aún si no se sabe qué es una idea y qué no lo es.

Estas extrañas siglas que he puesto de título sólo pueden ser traducidas al primer golpe de vista por los niños, que supongo las seguirán utilizando para responderle al del pupitre de atrás cuando les pasa una pregunta cuya respuesta desconocen. Pero, mira tú por dónde, me han venido a la cabeza a propósito de "la crisis del PP", que se me figura un caso susceptible de reflejarse en esa breve anotación, que ahorra mucho tiempo y espacio. Toda vez que, además, viene asociado a un problema de comprensión, asunto de especial incidencia entre los hijos de la Logse y la post-Logse.

Hace unos días, leía el discurso de Esperanza Aguirre en el Foro de ABC y, según me pareció, lo que proponía en aquella alocución del "no me resigno" era que el Partido Popular entrara en duelo o combate de ideas con el Partido Socialista. Señalaba que rehuir tal confrontación había hecho caer a su partido en las "trampas ideológicas" tendidas por Zapatero y que esa era una causa capital de la derrota del PP el 9 de marzo. En suma, y esta es mi propia conclusión, apuntaba a la necesidad de quebrar la coraza de la "hegemonía cultural" que está en la base de la victoria de ZP y de la excepcionalidad de los gobiernos liberalconservadores en España.

Como puede constatarse, las palabras de Aguirre no se han entendido así y tanto en su partido como fuera se han tomado como un llamamiento a que el PP debata sobre su propia identidad ideológica. Una interpretación que ha tenido a bien producir algunas definiciones deliciosas, tales como el "liberalismo social" y el simpático, que digo yo ha de ser la fórmula de los que salieron a rechazar el "antipático". Pero todo ello, confusión incluida, pone finalmente el dedo en la llaga. Pues la cuestión es que no hay modo de acometer un debate de ideas con el adversario si uno mismo carece de ellas. Tampoco, desde luego, si no las tiene medianamente claras. Y menos aún si no se sabe qué es una idea y qué no lo es. Por ejemplo: no son ideas las propuestas que suelen figurar en un programa electoral. Las ideas son aquello que las inspira.

El partido que actúa como si la política fuera únicamente gestión, menospreciará la exposición de las ideas y los valores, y se limitará a las propuestas. Cuando tiene como rival a un partido que desprecia la gestión y se vuelca en propagar imágenes, impresiones y emociones revestidas de ideas y valores, el primero lleva las de perder. Competirá en el a-ver-quién-da-más, pero nada puede hacer frente al que dispensa ese etéreo material del que están hechos los sueños y las pesadillas. Y es que, como se ha vuelto a comprobar, el personal no vota primordialmente con el bolsillo y contra la inflación, sino por valores e ideas que se le presentan como positivos y contra valores e ideas que percibe negativos.

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