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Cristina Losada

Pactomoribundia

Mejor nos iba con el nacionalismo, escribió el autor de Francomoribundia. Fue la sentencia para Redondo y el principio de esta larga y silenciosa agonía del Pacto que firmara un avatar de Zetapé

En el año 2000, un Rodríguez Zapatero recién salido de la oscuridad de su covachuela parlamentaria, propuso al gobierno de Aznar un pacto contra el terrorismo. Rodríguez estaba entonces ávido de protagonismo, comprensible afán en un culiparlante desconocido que había llegado con los votos de unos futuros traidores y el apoyo de Maragall, que no quería a Bono ni en pintura, a la secretaría general del PSOE. La idea carecía de contenido, algo connatural al que la propuso, pero en el curso de la negociación con un PP reacio, se fue llenando. Y se llegó así a la famosa fórmula: no a los pactos con quienes pactan con los terroristas y no al pago de un precio por la paz.
 
Demasiado compromiso resultaría aquel para un partido que sólo se compromete consigo mismo. Cuando Aznar propuso la ilegalización de Batasuna, el PSOE dijo que sí con la boca pequeña, puso objeciones e hizo críticas, pero accedió. La razón no hay que buscarla muy lejos: por entonces, según reflejó una encuesta del CIS, el 74,1 por ciento de los españoles eran partidarios de ilegalizar a “aquellos partidos que apoyen el terrorismo e intenten destruir el sistema democrático”. Decir que no hubiera sido nadar contra corriente, especialidad ardua para aquellos cuyo único principio inamovible es la voluntad de poder.
 
Tres años después, ¿qué ha cambiado? Batasuna ha cambiado de nombre. Y en el PSOE ha cambiado todo. También Javier Rojo. El dirigente de los socialistas alaveses que era azote de los separatistas, ahora es presidente del Senado, y desde esa posición de privilegio nos dice que “debe verse desde la normalidad” que su partido ande en tratos con el caballo de Troya batasuno. Lo suyo es la Realpolitik. La realidad es que la ETA y sus partidarios existen y puesto que existen, hay que negociar con ellos. La realidad es que los discursos sobre la firmeza ante el terrorismo son muy bonitos, pero no sirven de nada. La realidad, dice el filósofo Rojo, es como es, nos guste o no nos guste.
 
Nos faltaba ese elemento para entender la traición del PSOE al Pacto Antiterrorista. Le van a dar la puntilla en nombre del realismo. Y, sin embargo, qué poco realista. Porque éste es uno de esos casos en los que la ética coincide con la eficacia. Un grupo terrorista sólo deja las armas cuando sabe que no obtendrá ningún beneficio de su actividad criminal. Aunque puede avenirse a una razón poderosa: que se halle en puertas de conseguir sus objetivos. Si no todos, parte. Y eso es exactamente lo que va a pasar. El hombre que ya cedió tras el 11-M, se entrena para repetir la genuflexión ante la ETA.
 
La realidad, les guste o no a Rojo y a su partido, es que están traicionando el Pacto Antiterrorista que propusieron en el 2000. Y la realidad es que el pacto dejó de serles útil el mismo día que crucificaron la política de Redondo Terreros. Mejor nos iba con el nacionalismo, escribió el autor deFrancomoribundia. Fue la sentencia para Redondo y el principio de esta larga y silenciosa agonía del Pacto que firmara un avatar de Zetapé.

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