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Cristina Losada

Para qué va a servir el Gobierno de progreso

Va a servir, sobre todo, para que el progresismo organizado capte el caudal de fondos públicos adscritos a las iniciativas de propaganda.

Va a servir, sobre todo, para que el progresismo organizado capte el caudal de fondos públicos adscritos a las iniciativas de propaganda.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias | EFE

En la presentación, sin preguntas, del programa de Gobierno, Sánchez quiso transmitir un estado de serena normalidad. Insistió en la normalidad de que haya en España un Gobierno de coalición alegando que los hay en abundancia en nuestro entorno. Naturalmente, no insistió en que esa normalidad que predicaba sólo unos meses antes le provocaba tal inquietud que, como dijo entonces, no hubieran podido dormir tranquilos ni él ni los españoles. Pero escamoteó igualmente el hecho de que las coaliciones de Gobierno comunes en los países europeos se parecen muy poco a la que ha forjado con Podemos. No hay ninguna en la que estén solos, tête à tête, socialdemócratas y poscomunistas. Incluso los precedentes posibles, en Francia, con Mitterrand o con Jospin, contaban con otros socios, más moderados.

Coaliciones, sí. Todas las que se quieran. Como ésta, en cambio, ninguna. Los socialistas y Sánchez lo saben. De ahí sus reticencias de antaño. De ahí que insistan en la normalidad ahora. Insistencia que equivale a una excusatio non petita. Pero sigamos observando la normalidad, pretendida o aparente, de esta coalición gubernamental. Porque hay algo muy normal en ella. Lamentablemente normal. Se aprecia, incluso salta a la vista, en una primera lectura del programa que, bajo un doble símbolo de desigualdad –sí, han utilizado el signo matemático que indica un número "mayor que"– se titula: Coalición progresista. Un nuevo acuerdo para España.

Nuevo, nuevo no es. Más bien lo contrario. Pero vayamos progresivamente, que es adverbio frecuente en el texto. De entrada, si aplicamos la desbrozadora para quitar del programa el ramaje ideológico y propagandístico –cosa difícil, por su frondosidad–, lo que queda es de una levedad inquietante. La conclusión más benigna es que grandes problemas, como el empleo, van a continuar siendo grandes problemas –o problemas más grandes– después de que se aplique, si se aplica, el programa. Pero lo importante, claro, es el ramaje que antes quisimos cortar para ver si había algo debajo.

Cómo no va a ser importante la propaganda. Cómo no va a ser importante el follaje ideológico. Es ahí donde mejor ejerce su especialidad un Gobierno de estas características y donde tiene campo abierto, sin molestos corsés como los que ciñen puntos clave de la política económica. Pero, además, señalan la vía de reparto. El reparto de dinero público. Una vía que abren singularmente todos y cada uno de los numerosos programas, planes integrales o no, comisiones, fiscalidades con perspectiva y estrategias que emergen, dichosas, de la espesura de las 50 páginas del Nuevo acuerdo para España. La más sugerente de todas ellas, un toque lírico en el ladrillo, es la "Estrategia frente a la Soledad no Deseada". Aunque todas cumplen una función. Una función conocida, clásica, diríamos. La del clientelismo. El Gobierno de progreso va a servir, sobre todo, para que el progresismo organizado capte ese caudal de fondos públicos adscritos a las iniciativas de propaganda.

Todos los programas de Gobierno incluyen humo. Es la normalidad lamentable. Pero el humo de este Gobierno de coalición va a salir el doble de caro.

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