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Cristina Losada

Pedro Sánchez: ¿renovación o 'déjà vu'?

Yo me alegro, en todo caso, de que España no vaya a tener la oportunidad de experimentar el "shock de modernidad" que pretendía darle Madina.

Yo me alegro, en todo caso, de que España no vaya a tener la oportunidad de experimentar el "shock de modernidad" que pretendía darle Madina.

Los de la vieja escuela solemos pensar que en un partido político lo primero es aclarar las ideas y lo segundo, escoger a las personas. Un partido en crisis tendría, pues, que examinar sus errores, realizar una catarsis, pergeñar una redefinición y luego elegir dirigente en concordancia. En cierto modo es la línea que resumía Julio Anguita con aquello de "Programa, programa, programa", aunque de hecho fuera su personalidad la que mantenía a IU como fuerza relevante. Resulta lógico y razonable, sobre el papel, que el programa, el contenedor de las ideas, sea lo importante. Sin embargo, no es lo que importa, y así lo acaba de mostrar la elección de secretario general del PSOE. Reconozcámoslo: el papel, la era de Gutenberg, es el mundo de ayer.

Apenas nada que pudiera sonar a un programa, en el sentido tradicional del término, ofrecieron Sánchez y Madina en su brevísima campaña, sin que ello supusiera obstáculo alguno. No lo ha sido en el PSOE ni en otros partidos de su mismo corte. Si nos ponemos puristas, entre los partidos de centroizquierda europeos, quizá el último programa detallado, carente de zonas ambiguas y, eso sí, netamente de izquierdas que se presentó a unas elecciones fue el del partido Laborista de Michael Foot en 1983, el mismo que un correligionario suyo motejó como "la nota de suicidio más larga de la historia".

Aquel tipo de programas no sólo ha quedado desfasado, también lo está todo lo que lo acompañaba, en concreto el tipo de partido. Frente al modelo congresual, que en teoría incentiva la deliberación y, en la práctica, los pactos entre las familias, el modo en que el PSOE ha elegido nuevo secretario general hace del partido una agrupación de electores a la que hay que seducir con las mismas armas que al electorado. Esto significa, básicamente, una buena dosis de indefinición.

Yo me alegro, en todo caso, de que España no vaya a tener la oportunidad de experimentar el "shock de modernidad" que pretendía darle Madina. Me parece a mí que España ya ha sufrido shocks suficientes desde 2004. No hacen falta más conmociones, sino justo lo contrario. La extrema polarización política, elevada al cuadrado en los años de Zapatero, como el alto grado de sectarismo, sin duda ha contribuido al desprestigio de los partidos y los políticos.

Quien consulte la hemeroteca comprobará que después del Congreso del PSOE que eligió a José Luis Rodríguez Zapatero, en julio del 2000, se saludaba la renovación, se certificaban las ganas de cambio en el partido, se celebraba la lección de democracia interna y se depositaban esperanzas en un dirigente desconocido para el gran público que traía un estilo de oposición razonable. Esperemos que lo de Pedro Sánchez no sea un déjà vu. Entre tanto, ya hay quien se puede ir buscando más clases en Miami.

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