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Cristina Losada

Pepiño Gotera y Montoro Chapuzas

Las propuestas de Zapatero no necesitan de pactos de Estado; sólo tiene que llevarlas al Parlamento. Mucho más se dispone a hacer Papandreu, quien ha anunciado un plan de ajuste sin más historias.

Cuando, el 25 de octubre de 1977, los partidos políticos acudieron a La Moncloa, los deberes ya estaban hechos. El encuentro podía haber durado los minutos suficientes para echar la rúbrica, pero el acto requería mayor solemnidad, razón por la que los protagonistas permanecieron reunidos varias horas antes de proclamar los pactos de La Moncloa. Se procede ahora al revés en la reedición bastarda que el Gobierno pastorea. El foco se desplaza del resultado al procedimiento, del contenido al continente y de lo sustancial a lo accesorio. Así, uno de los puntos de coincidencia notables que han alcanzado PSOE y PP versa sobre la rebaja del IVA a los fontaneros, crucial asunto del programa de reformas que precisa la maltrecha economía.

"Para este viaje no hacían falta estas alforjas", sentenció Rajoy a cuenta de las sesiones. Y tenía razón. Las propuestas de Zapatero no necesitan de pactos de Estado; sólo tiene que llevarlas al Parlamento. Mucho más se dispone a hacer Papandreu, quien ha anunciado un plan de ajuste sin más historias. No hacen falta grandes decorados para obra tan insignificante como la que pergeñan Salgado y Cía. Pero, desde la perspectiva de la política y la comunicación, caso de que no sean sinónimos, resultan convenientes. Se trata de que, a la hora de la verdad, que es la del telediario, Blanco aparezca como un hombre de Estado, serio y responsable, volcado en lograr que "estoloarreglemosentretodos", y Montoro, como un tipo cabreado, alérgico a los consensos, un zascandil que se pitorrea del esfuerzo por aunar voluntades.

El tinglado de la antigua farsa se levanta para una opinión pública que siempre desea que los políticos dejen de pelearse, aparquen sus diferencias y se junten por el bien de todos. Viejos lugares comunes de una cultura política española, que tiende a rechazar la confrontación de alternativas y la lucha partidista, esto es, los rasgos propios de un sistema de partidos, como si sintiera nostalgia de tiempos en los que no existía. La paradoja es que el escenario dialogante ha de servir para atizar la desunión. Una vez perdido el tiempo, si el PP no pasa por el aro, resucitará el cordón. No se vislumbran reformas dignas de ese nombre, ni pactos de Estado, ni Gobierno de concentración. Tengo para mí que esto no lo desatasca ni Super Mario con su IVA superreducido.

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