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Cristina Losada

¿Perdió el gobierno la brújula?

El fin de semana después de que llegara a las costas gallegas el chapapote, como llamamos aquí al petróleo de los barcos, mi sobrina fue a ayudar en la limpieza de una playa. Lo que más le llamó la atención fue que los del pueblo estuvieran de brazos cruzados viendo como curraban los señoritos de la ciudad. Supuse que era un caso excepcional o que los lugareños seguían las instrucciones de la Comisión de Emergencia, según las cuales, sólo debía limpiar personal instruido y preparado, tanto por los riesgos de salud como porque esa era condición, decía, para acogerse a las indemnizaciones del Fondo Internacional de Daños por Hidrocarburos.

Al poco, oí a un voluntario que confesaba por la radio su descorazonamiento por la falta de colaboración de los paisanos. “Están bebiendo tazas en las tascas”, contó, y “hasta nos dicen que no pasemos por ciertos sitios porque manchamos”. Dijo que él y otros de diversas nacionalidades estaban a punto de irse, tanto les deprimía la actitud de la gente. Algunos lugareños decían que puesto que les iban a pagar por no trabajar, se quedaban en casa.

Quizá no sean éstas unas posturas generalizadas entre los afectados por el naufragio del Prestige, pero tienen su lógica. Los urbanitas apreciamos la Naturaleza por sus cualidades estéticas y como fuente de vida, y deseamos “salvarla” del desastre. Para la gente del lugar, la Naturaleza es medio de vida y estragado éste sin remedio, no les conmueven otras consideraciones. El fuel ya acabó con el percebe o la centolla, así que qué más da que cubra las rocas o la playa. El fatalismo, rasgo muy de la tierra, propicia también esa resignación pasiva. Pero hay otro factor que contribuye a ella: el arraigo en Galicia de una “cultura de la subvención”, de la que surge una actitud básicamente pasiva y ruidosamente quejosa, que sintetiza el dicho gallego: Quen non chora, non mama, el que no llora, no mama. Y en esas estamos.

Mientras se teme la llegada de nuevas manchas a Finisterre (llamado Fisterra en el llamado “gallego normativo”, el invento), la cuestión política sigue siendo si el gobierno se portó bien en la catástrofe o si metió el remo y perdió la brújula. Con los datos que se manejan hasta ahora, la impresión es que se actuó con celeridad y que las decisiones importantes que se tomaron fueron correctas, pero se ha fallado bastante en los detalles y de forma estrepitosa en algo que suele ser punto flaco del PP: el enfoque informativo del asunto.

Paseo misterioso. No es cierto que el gobierno se quedara al pairo y tardara en reaccionar. El mismo día del naufragio, Salvamento Marítimo cifraba sus objetivos en alejar al buque de la costa, estabilizarlo y recuperar la carga. Y ese mismo día, el ministerio de Exteriores pedía barcos especializados a otros países. El temporal y el capitán del Prestige, con su resistencia a encender los motores, echaron por tierra el plan. El buque, a la deriva, llegó a estar a 3 millas de la costa. Los remolcadores consiguieron por fin engancharlo y se lo llevaron. Empezó así un periplo muy criticado. “Si no hubieran paseado el barco de norte a sur, no hubiera pasado lo que pasó”, dice mucha gente.

El barco fue remolcado primero hacia el Noroeste y luego hacia el Sur, con lo que fue dejando un rastro de fuel por una amplia zona. Pero algunos expertos –los hay para todos los gustos en este asunto– creen que la trayectoria fue correcta y no agravó la catástrofe. En todo caso, quedan por aclarar detalles de este paseo misterioso, que parece relacionado con la búsqueda de un puerto para el Prestige.

La principal y más difícil decisión, la de alejar el barco de la costa y no llevarlo a puerto para un trasvase, parece correcta. ¿Qué puerto, qué ría se hubiera arriesgado a recibir a una chatarra flotante moribunda con setenta mil toneladas de fuel en la barriga? Algunos aún insisten en que debió haberse llevado a La Coruña. Imagino que su alcalde, Paco Vázquez, lo habría impedido, si hubiera sido preciso, con una cañonera. Un accidente en una ría hubiera sentenciado a ésta por años y años al chapapote y sus efectos.

Se ha criticado también la falta de barreras, ignorándose quizá que no sirven de nada en un mar embravecido, que sólo tienen utilidad en aguas más tranquilas. La desgracia fue que todo el accidente se produjo en medio de un fuerte temporal, que salvo por algún día más calmo, no ha cesado. Parecidas limitaciones tienen los buques que succionan fuel en el mar: con oleaje fuerte no pueden hacer nada. Henos aquí, pues, el sábado 16, como atados de pies y manos ante la llegada de la primera mancha, empujada por el noroeste.

La impotencia con la que hubimos de asistir a la entrada del fuel generó de inmediato una sensación de frustración, que unida a la indignación por el desastre, se canalizó rápidamente contra las autoridades. Cundió la idea de que se podía haber evitado si el gobierno hubiera reaccionado de otra manera. Significativamente, no fue hasta la llegada de la mancha que la prensa gallega adoptó una postura severamente crítica y en algún caso muy alarmista. La oposición gallega, que no había dicho hasta entonces nada digno de atención, empezó a moverse. Los alcaldes socialistas de la zona afectada criticaron “la falta de información y la pasividad de las autoridades” tras reunirse el domingo, 18. Y dirigentes del PSOE y del BNG fueron a olfatear las posibilidades políticas del chapapote.

Camarote de los hermanos Marx. Tanto el gobierno gallego como el español se lo sirvieron en bandeja a la oposición. El afán de minimizar la catástrofe les perdió, obligándoles a estar a la defensiva en un asunto en el que no tenían necesidad alguna de estarlo, es más, en el que podían haber llevado la ofensiva, como han hecho hasta cierto punto en el plano internacional con la petición de responsabilidades y los acuerdos para alejar a los barcos basura. Pero ninguno de los dos gobiernos consiguió dar aquí la impresión de iniciativa y energía, para lo cual hubiera sido mejor, de entrada, no restarle magnitud al desastre.

Lejos de ello, el presidente de Galicia, el ministro de Agricultura y otros altos cargos afirmaron los primeros días que ésta no iba a ser una catástrofe tan tremenda como otras o que se iba a poder controlar. Tal relativo optimismo, ¿procedía de las informaciones que entonces se tenían o de la manía de “no alarmar” que tienen los políticos en el poder y que acaba alarmando más? De ambas seguramente. El grupo ecologista ADEGA decía el sábado 16, que los efectos del vertido resultaban ser “más preocupantes de lo que se pensaba en un principio”. También ellos pecaron de optimistas.

Lo malo es que cuando se empieza por minimizar, nunca se acaba. Cada día el desastre muestra más su torva faz y cada día el político debe convencernos de que es menos feo de lo que parece para no desdecirse. Y ello ante una prensa y una oposición que vocean lo contrario ofreciendo como prueba innúmeros testimonios de afectados y expertos de todo pelaje. Y en ese gallinero alborotado, el gobierno comete el segundo error de bulto en lo que a enfoque informativo se refiere: tener un exceso de bustos parlantes, que a veces se contradecían.

Todo estuvo más o menos controlado la primera semana con el delegado del gobierno en Galicia, que hizo un buen papel, y el consejero de Pesca como cabezas visibles de la información sobre el desastre. Pero en cuanto se reprochó la ausencia sobre el terreno de ministros y gerifaltes, se lio la cosa. Empezaron a aparecer por las playas contaminadas unos y otros, a hacerse la foto, lo que ya está mal, pero también a hacer declaraciones, que es peor. Entre las visitas de miembros del Gobierno y de jefes de la oposición, la costa de la Muerte parecía por momentos el camarote de los hermanos Marx. Pero sin un Groucho que lo dominara.

Si la Xunta de Galicia o el Gobierno de España hubieran creado una comisión de crisis como la que ha creado Francia, por si acaso les llega el fuel, metiendo en ella a ecologistas, alcaldes y a quien fuera menester, aunque sólo sirviera para que se sintieran en el ajo, habrían dado esa impresión tan bonita de “contar con todos” y se habrían ahorrado críticas por falta de información. En realidad, lo que importa es que la información llegue a quien tenga que llegar para que se actúe correctamente. Pero las crisis también deben gestionarse de cara al público. Las apariencias importan. Y en esas artes, el PP, sobre todo, el PP gallego, chapado a la antigua y poco dado a compartir, está más pez que el fuel del Prestige.

Conclusión provisional: el Gobierno no perdió la brújula, pero no supo marcar el compás. Claro que si la oposición se hace a la mar con un flete tan jocoso como el “Jacobeo laico”, puede zozobrar también, de pura risa.

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