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Cristina Losada

Podemos, la antinegociación

Iglesias no está en el carril de la negociación, sino en el campo de batalla de la propaganda.

Iglesias no está en el carril de la negociación, sino en el campo de batalla de la propaganda.
Pablo Echenique, en una imagen de archivo. | Efe

Todo está preparado para no negociar. Quien lo está disponiendo todo para no negociar es Podemos. Conviene aclarar, ya que las aguas de la actualidad la sumergen, que hablamos de la investidura pendiente. Los dedos acusadores apuntan a Pedro Sánchez. Por obvia conveniencia, la oposición cumple su papel acusándolo de no hacer nada. A Sánchez le falta poco para ser el Rajoy tumbado en la hamaca, ajeno a dimes y diretes, viendo pasar el tiempo. Sólo le falta el puro.

Cuando la serpiente de la investidura asoma, los dedos vuelven a señalar a Sánchez. Sugieren, incluso, desde el PP, que el problema de España es que la izquierda no logra ponerse de acuerdo. ¡Vaya inútiles, los de la izquierda, que ni siquiera son capaces de formar Gobierno! Bien, vale, qué inútiles, pero los auténticos problemas surgirán si lo consiguen y hay un Gobierno aún más a la medida del izquierdismo de parvulario. Claro que la comunicación política es como es. Inmune a las consecuencias que se derivan de sus simplezas. Impune, también.

Sánchez no está haciendo nada para cerrar un acuerdo con Podemos, eso parece cierto. Pero hay una diferencia. La diferencia es que Podemos sí está haciendo: está haciendo todo lo posible para que no haya acuerdo. Sus nuevas ofertas, mero reciclaje de las rechazadas; su nuevo equipo negociador, que incorpora al conspicuo separatista Jaume Asens; su empeño en presumir de un voluntarioso esfuerzo en pro de una nueva negociación, y todo cuanto suele expresarse con el cómodo Podemos mueve ficha, conduce exactamente a lo contrario. Podemos no está en el carril de la negociación, sino en el campo de batalla de la propaganda.

Ese campo de batalla aporta un símil apropiado para Iglesias, gran admirador de la revolución soviética. Las negociaciones del tratado de Brest-Litovsk, en 1918, que selló la paz de la nueva república de los sóviets con Alemania por separado, al margen y en contra de los aliados. Esa paz por separado era, por cierto, el objetivo que tenían en mente los alemanes cuando facilitaron la llegada de Lenin a Rusia y, con ello, la revolución de octubre.

La analogía no concierne más que a un aspecto crucial para los bolcheviques: transformar aquello en una operación de propaganda. Exigieron que la negociaciones fueran públicas y no secretas, como las que hacía la diplomacia burguesa, naturalmente con mucha más eficacia. Una negociación de cara al público no es una negociación. Hicieron demandas inasumibles a propósito, con fines propagandísticos. Y, después de todo, acabaron por aceptar las duras condiciones alemanas, porque no les quedaba otra alternativa para consolidar su poder. Para la literatura comunista, sin embargo, fue un triunfo del genio bolchevique. La propaganda sirvió para lo que suele servir, para distorsionar y ocultar los hechos.

Al optar por la propaganda, Podemos revienta la negociación. Pero no necesariamente a fin de encarar una repetición electoral. Volver a impedir un Gobierno presidido por un socialista, provocar otras elecciones, como en 2016, tiene un coste político. Y volver a las urnas esta vez, a diferencia de la anterior, es asunto de riesgo para Podemos. Sus posiciones sobre el Open Arms, con su descalificación de Carmen Calvo, a la que compararon con Salvini, igual que su condena de la cumbre del G7, certifican que no puede ser un partido de Gobierno e indican que (ahora) no lo quiere ser. Su antinegociación lo enfila hacia una aceptación de la investidura de Sánchez en la que la propaganda de sus trágalas a los socialistas tape el hecho de que van a tragar. Luego le harán la vida imposible.

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