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Cristina Losada

Qué nos enseñan los referéndums del señor Cameron

Fue como salir a campo abierto, en medio de una tormenta, con un bastón de metal.

Fue como salir a campo abierto, en medio de una tormenta, con un bastón de metal.
David Cameron | EFE

Resolvamos esto de una vez por todas. Ese es, diría yo, el estado de ánimo que induce a preferir la opción del referéndum como forma de solucionar conflictos que parecen eternizarse. En lugar de un prolongado y tedioso intento por contener el problema o ponerle algún parche, solucionémoslo ya, sin mayor dilación, y, además, para siempre. ¿Por qué dar largas al conflicto que crece o se enquista? El espíritu de esta clase de referéndums es tan impaciente que no se para a pensar en sus limitaciones.

La primera limitación viene del propio carácter del referéndum, que limita las opciones a una y su contraria, a un sí y a un no. Son límites especialmente restrictivos cuando la decisión que toman los votantes es el principio de un proceso en el que se abrirán, maldita sea, nuevas bifurcaciones. Una cascada de nuevos dilemas, en realidad. Este es el caso del Brexit, sin ir más lejos. El próximo Gobierno británico, el que suceda al de David Cameron, tendrá que decidir qué clase de relación mantendrá el Reino Unido con la UE, y ésta tendrá su propia agenda al respecto. Pero acerca de este crucial asunto no han dicho nada los votantes, ni podían decirlo. El referéndum no entraba en el detalle de las alternativas o en el orden de las preferencias.

Queríamos resolver un problema de una vez, y lo que nos encontramos al terminar el recuento, aparte de la satisfacción de unos y la rabia de otros, son más problemas que resolver. ¿Han de resolverlos el Gobierno y el Parlamento interpretando la voluntad de los votantes o han de resolverlos los votantes en otros referéndums? Cierto, los electores han tomado la gran decisión, y a los representantes políticos corresponde aplicarla. Pero aplicarla entrañará elegir entre opciones, cada una con sus costes, que no se pudieron tomar en consideración antes. Son los gajes de poner el referéndum como punto de partida, en vez de como colofón.

Las cuestiones que han quedado abiertas no se reducen al carácter general de la futura relación con la UE. Han aflorado problemas como la inmigración y el gasto público, y habrá que afrontar disyuntivas como más apertura o más proteccionismo, más desregulación o más intervención. ¿Por qué dar margen de maniobra ahora a los dirigentes para que negocien, acuerde o decidan todo eso al modo tradicional, cuando están en juego asuntos trascendentales? Sin olvidar lo de Escocia: ¿qué hacer ante la presión de los nacionalistas para hacer un segundo referéndum de independencia? Sí, hemos topado con otra limitación que ignoran o desdeñan los impacientes de "resolvamos esto de una vez por todas". Al día siguiente, la solución para siempre se revela tan provisional o tan insuficiente como cualquier otra.

El referéndum para resolver conflictos, incluidos los conflictos internos de un partido, como ha sido el caso del británico, es como el atajo que toma el caminante inexperto y audaz. Cree que va a acortar el camino, y resulta que el camino se alarga y dificulta. O que acaba perdiéndose. Pero Cameron hizo algo aún más temerario, porque sus referéndums, el de Escocia igual que el de la UE, sirvieron de imanes que atrajeron hacia el no a todos los descontentos, fuese cual fuese la causa de sus problemas. Fue como salir a campo abierto, en medio de una tormenta, con un bastón de metal.

Cómo extrañarse, en fin, de que hayan dimitido, no ya el perdedor, sino los ganadores, Johnson y Farage. Una cosa es ganar el referéndum que va a resolver el problema y otra, muy distinta, resolver todos los problemas que trae haber ganado el referéndum.

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