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Cristina Losada

Toque de retirada en el PP

Todo ocurre como si en la Génova a medio renovar se hubieran convencido de que el futuro sólo será suyo si compiten con Zapatero por el afecto de la tribu nacionalista.

Hay quien dice que la política es el arte de lo posible. Puede ser. Pero hay quien interpreta que la política consiste en adaptarse lo más posible. ¿A qué? A lo que en cada momento parezca más oportuno y conveniente, por decirlo con el latiguillo de Rajoy, para alcanzar el poder. Las "diferencias de criterio fundamentales" que han motivado el rechazo de María San Gil al texto de la ponencia política del Congreso del PP tienen que ver con ese posibilismo, que hablando en plata se llama oportunismo. Y es que el oportunismo del PSOE zapaterino ha encontrado su réplica en el principal partido y, pronto, gran ministerio de la oposición.

Todo ocurre como si en la Génova a medio renovar se hubieran convencido de que el futuro sólo será suyo si compiten con Zapatero por el afecto de la tribu nacionalista. Pues él ha cosechado tan buenos resultados entregándose a ella y hasta usurpando parte de su agenda, esperan esos linces recolectar también algunos frutos si, al menos, sonríen, se modulan, se muestran dialogantes, son comprensivos, y susurran algún que otro cariño identitario. Pero allí donde Zeta se da el banquete, ellos no recogerán ni las migajas.

De estas señales de giro que parpadean en el vehículo popular se deduce que sus conductores o no entienden la naturaleza de los nacionalismos o no entienden la naturaleza de la mayoría de sus votantes. Y, en realidad, no son excluyentes. Pero el quid de la cuestión se halla más a ras de suelo. El PP quiere gobernar, como cualquiera, y no se le ha ocurrido mejor cosa que hacerse un cambio de imagen a gusto de quienes residen en su antípoda en el asunto esencial que hoy está en juego. Como justificación, el mal menor. Igual que se prestó a reformas estatutarias para que no fuesen tan anticonstitucionales, el PP se dispone a proyectarse como el piloto menos delirante del proceso de disgregación acelerado desde La Moncloa.

María San Gil representa el discurso nacional y anti-nacionalista en el lugar donde hacerlo raya en la heroicidad. Cooptarla para redactar una ponencia política que el aparato de su partido quería derivar hacia el tacticismo de la simpatía con los nacionalistas sólo puede interpretarse como un intento de utilizarla de avalista para hacer presentable el cambio de rumbo. Su salida significa que el PP ha dado el toque de retirada de las posiciones que había pregonado como su punto fuerte. "Nos podemos entender con los nacionalistas sin cambiar nuestro discurso", dice el nuevo valor del partido, González Pons. Claro, todo malabarismo verbal es posible. El modelo: Zetapé. El mismo a quien Rajoy reprochó que no tuviera una idea de España.

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